jueves, 14 de marzo de 2019

Un escrito sobre Getsemani - Claudia de la Espriella


Plaza de la Trinidad- Getsemaní- Cartagena

Sentido de Pertenencia

Por Claudia de la Espriella.

 

A veces, en la vida, suceden cosas que aparentemente no tienen mayor  trascendencia, pero que detrás de ellas se encuentran valores  muy destacables.  Una amiga muy querida me mando un bonito video, de un pequeño pueblo en Italia, cerca de Roma, llamado Ceccano. En ese sitio nació, en 1828,  Orestes Sindici, compositor de la música del Himno Nacional de la República de Colombia.

Esta población, de aspecto medieval, está muy orgullosa de su hijo dilecto. Tanto así que sus habitantes se saben completo nuestro Himno Nacional y es obligatorio que la Banda Municipal toque esta pieza musical en todas sus presentaciones. Consideran que es un gran honor que un país lejano  haya reconocido el talento de este compositor nacido en su tierra.

Este hecho, aparentemente banal,  tiene algo fundamental que enseñarnos. Me refiero al sentido de pertenencia.  Este valor espiritual debería formar  parte de nuestra identidad colombiana, esa que se nutre de aquellos elementos que conforman  una nacionalidad y que trasmiten a las generaciones presentes y futuras,  un sello irrepetible y propio. No se trata de chovinismo, ni de excesos  patrioteros. Lo que se debe buscar es cuidar lo que nos pertenece,  con mucho amor y  dándole a lo propio el sitio destacado que se merece.

En Colombia, sin embargo, desde que se suprimieron las clases de Educación Cívica e Historia de Colombia, se ha perdido mucho de ese amor por lo que, como tradición, es parte esencial del ser colombianos y que nos da un valor distintivo como nación libre y soberana.

Pensando en ese ejemplo de Italia,  es necesario referirnos a lo que sucede  en Cartagena. Hay muchas legados históricos y tradicionales que acá se irrespetan, que no se les mira como importantes por darle prioridad a complacer, supuestamente, a los turistas. Sus  caprichos deben ser cumplidos por encima de lo que sentimos  los cartageneros. Son ellos los que ponen las reglas de juego, no las autoridades locales. Basta con un ejemplo: En la ciudad amurallada y en Getsemaní  no se da ninguna prioridad a los lugares emblemáticos de esta ciudad, que están prácticamente en todas las calles que los foráneos recorren a diario.

Miremos lo que sucede  en los últimos años en la Plaza de la Trinidad. La historia nos cuenta que Pedro Romero  y sus Lanceros de Getsemaní, en concordancia  con Gabriel y Germán Piñeres, estuvieron un largo tiempo planeando la rebelión que se llevó a cabo el 11 de noviembre de 1811.  Su sublevación se organizó por días  en la Calle Larga y de allí se desplazan hasta la  mencionada plaza, para posteriormente movilizarse  hasta la Boca del Puente. Así pues, preservar ese entorno es importante y merece respeto. Forma  parte de nuestro sentido de pertenencia y es eso lo que debemos cuidar; no así  el capricho de  ciudadanos de otros lados, que acuden a esa plaza  en busca de desorden y excesos que nada tienen que ver con el nacimiento de la República de Colombia. No olvidemos que el primer sitio de nuestro país en proclamar la Independencia Absoluta de España  fue Cartagena, lo que tiene un valor histórico innegable, por lo que debe ser respetado como el Altar de la Patria que es.

La autoridades cartageneras, irresponsables, ambiciosas y poco conocedoras de la importancia de conservación del Patrimonio Material e Inmaterial de la ciudad, han permitido toda clase de desmanes en Getsemaní por parte de los visitantes  que violentan, con su accionar desmedido a los residentes, haciendo imposible una vida sosegada y el descanso merecido después de una jornada laboral larga. Son los ciudadanos de Cartagena los que deben ser considerados en primer término. Ignorar la historia y a eso, sumar la agresión permanente, no es para nada indicativo de una sociedad que preserva sus raíces  y busca el bienestar común. Por el contrario, lo que queda claro es que los valores de la tradición se pierden en manos de aquellos que tienen el deber moral de preservar y transmitir nuestro sentido de pertenencia. ¡Triste realidad la nuestra! ¿Hasta cuándo lo soportaremos? No podemos exigir que nos valoren si  no lo hacemos primero los cartageneros.

Cartagena, marzo de 2019.

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