Erosión en La Popa
Malecón
Carlos Villalba Bustillo
Dos potenciales calamidades al tiempo: las consecuencias de la erosión en toda Cartagena y la inminencia de deslizamientos de tierra en el cerro de La Popa. ¿Por qué no hubo acciones administrativas que conjuraran, de modo oportuno, las dos amenazas que podrían derivar en tragedias?
Nadie tuvo la intuición de don Sancho Jimeno. Hubo de venir gente de fuera, los asistentes al VIII Congreso Iberoamericano de Control de Erosión y Sedimentos, a decirnos que ese fenómeno que desestabiliza la interacción entre suelo y agua es para tomarlo en serio. Está generalizada, por desgracia, la creencia de que los imprevisibles accidentes de la geografía, por obra de los abusos humanos, no llegarán jamás.
Desde cuándo venimos hablando de los estragos de la sedimentación en El Laguito, los caños interiores y la Ciénaga de la Virgen, sin reacción de las autoridades nacionales y de las distritales, es ya una cuenta perdida en la maraña de otras conveniencias. Nos hemos privado de la noticia que satisfaga esa necesidad de los cartageneros. Nunca hay plata para eso, y la poquita que se apropia de tanto en tanto para sanear las zonas, no se ve.
Mientras dichas calamidades se ciernen sobre nuestro futuro incierto, la democracia participativa local no pasa de las protestas desatendidas de un mundo de comunidades pendientes de mejores condiciones de vida: menos mugre en sus vecindarios, más seguridad en las calles, menos droga al menudeo, más cobertura educativa, en fin, gobierno visible y ciudadanía contenta. Es posible que después de la visita a Río avance la recreación.
El alza de la deforestación de La Popa, de las invasiones toleradas y de la afectación de su ecosistema, es otro cuento de nunca acabar. Al revolverse de nuevo el cotarro de su inestabilidad, pese a la existencia de dos estudios ya viejos, vimos la aparición automática y oportunista del Concejo con la advertencia tardía de que su deterioro asusta. Pueda ser que el debate anunciado sirva para algo más que el bla, bla, bla de la verborrea corporativa.
Para darle repuesta a un corresponsal a quien no le gusta mi conciencia crítica, los responsables de que Cartagena, como Colombia, no tenga remedio, no somos los que analizamos su realidad. Son los hombres y las mujeres del poder. Qué hacemos, mi estimado amigo. Son inferiores a su misión porque gobiernan con un sinfín de presiones de poderes superiores al poder político.
Innumerables edificios y torres imponentes (y muchos apartamentos caros comprados por ex funcionarios twenty per cent), pero el aire envenenado de la ciudad y su hermoso panorama, de una punta a la otra de su perímetro, se debaten en agonía, y la salud colectiva permanecerá a merced del millonario mercado de muerte auspiciado por el sistema que la rige