¿ Colombia es una democracia?
Por Claudia de la
Espriella.
En los años de mi infancia y
adolescencia en el colegio había clases de cívica y de Historia de Colombia. Una excelente
iniciativa que cumplía con el
propósito de darnos una reglas sencillas
de convivencia y, al mismo tiempo, nos
indicaba los valores esenciales para vivir en una verdadera democracia.
Los maestros nos decían que nuestro país
era la democracia más sólida de Iberoamérica. Para esos años en el resto
del continente se debatía en dictaduras
desde Argentina y Uruguay hasta Cuba. Era una época muy convulsionada , en
medio del terror que le producía a EE. UU la posibilidad de que la influencia
de la U.R.S.S se extendiera por toda América.
Cómo mi padre fue siempre
político, un día cuando llegué a casa y
le pregunté que si nuestra nación era
una democracia. Me contestó que no y agregó que lo era formalmente, pero que el gobierno del pueblo y para el
pueblo no era sino un sueño por realizarse.
Esa es nuestra realidad.
En un país donde el principal
foco de corrupción son las elecciones no se puede hablar de democracia. No sólo
sucede la compra-venta de votos en las presidenciales sino también en las
parlamentarias, en las departamentales y
en las municipales. Ese es el origen de
nuestro caos, puesto que unos gobernantes que llegan mediante fraude
organizado y engaños no tienen autoridad moral para corregir el curso de una sociedad
enferma como la nuestra.
De otro lado, es bien sabido que
ellos no creen en la democracia. Es más, les incomoda mucho. Ese profundo conceptos filosófico que emerge de dicha
palabra , implica pensar en el bien común muy por encima de los deseos más personales. Precisamente por eso, no puede
haber coherencia entre lo que dicen y lo que hacen. Todos hablan de bienestar
general pero sus actos los desmienten. Un sólo ejemplo basta. En el país se ha
decretado, desde hace décadas, la
educación primaria gratuita. Pero no se ha implementado de manera efectiva y
siguen debatiéndose mecanismos idóneos para lograrlo. Y todos saben que no es
una cuestión económica sino de falta de
decisión política. Se le asigna un presupuesto magro, porque lo
que predomina es indiferencia del gobernante de turno para con los asuntos
fundamentales como son educación, salud y trabajo digno. Por es contrario, con sus
actitudes de señores feudales, se sienten que son dueños de la vida y honra de
los demás y por eso, no interesa nuestro
crecimiento como personas. Poco importa si podemos cumplir nuestra metas en la
vida. Lo único que les interesa es mantenernos sometidos a sus caprichos.
No se dan cuenta, además, que
negarle un alto nivel de educación a los colombianos tiene consecuencias muy
graves para el crecimiento integral del país. El atraso de nuestra nación es
directamente proporcional a la falta de instrucción de sus habitantes. Es
absolutamente antidemocrático que un jefe de Estado sea tan miope como para no
darse cuenta que su decisión de favorecer a unos pocos trae consecuencias
deplorables. Los industriales, los financistas, los grandes ganaderos y
agricultores pierden competitividad cuando aquellos que trabajan para estos
grandes emporios no están adecuadamente
calificados, para cumplir con eficiencia y celeridad las labores que les han
sido encomendadas. Así pues, el querer
mantener este sistema injusto e inequitativo no nos permite ir hacia adelante.
La pobreza, que es el producto de la confluencia de varios factores, no se puede superar si no
se aborda como prioritario el desarrollo educativo integral. La indiferencia del Estado
colombiano alarma. En las principales ciudades de nuestro territorio existe una
pequeña franja de población que vive de
manera aceptable. La gran mayoría subsisten o sobreviven en la desesperanza. A
la falta de oportunidades, de trabajo digno y adecuadamente remunerado, se le
suman el hacinamiento, el hambre, las muy precarias condiciones de sus
viviendas, un deficiente sistema de salud, vías
de acceso en pésimo estado ,
dificultades de transporte y como si
fuera poco, carencia de centros educativos bien dotados. ¿Y qué hacen los diferentes mandatarios? La
respuesta es nada. Ni solucionan los problemas inmediatos y mucho menos los
mediatos. Mantener este país en desorden es la consigna para impedir que las
pocas familias que nos han gobernado dejen el poder y así sigan deshaciendo a su antojo todo intento de caminar hacia un
progreso seguro y estable.
Es fundamental pensar que
Colombia no será una democracia hasta
que no se busque una transformación esencial, donde quede atrás la mirada despectiva
de los jefes de Estado. Si no cambian las prioridades, jamás nos acercaremos al
sentido profundo de dicha palabra. La forma en que se ha venido destruyendo a
Colombia, no por la violencia de las bombas, sino por la indiferencia de los
que tienen en sus manos las decisiones
transformadoras de nuestra nación y que usan
toda su inventiva, para ejercer esa violencia pasiva que se
traduce en el menosprecio a los derechos fundamentales, consagrados en la
Constitución del 91 y mucho antes.
Mientras no seamos capaces de entender que nosotros, los ciudadanos de bien,
tenemos el destino del país en las manos y no tengamos el valor de rebelarnos votando a conciencia, por
alguien a quien de verás le quepa el
concepto de democracia, estaremos viviendo bajo el oprobioso régimen que nos tiene secuestrados en el hambre y la
pobreza. Se trata de una dictadura disfrazada de libertad, pero dictadura al
fin y al cabo…
Cartagena, mayo 2018.
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