Por Claudia de la
Espriella
En el diccionario de la RAE, se
define Patrimonio así: “Hacienda que una persona ha heredado de sus
descendientes.” Lo que quiere decir que es un legado de valores
espirituales y materiales que recogen,
en un objeto, muchos años de diario sacrificio para darles a sus descendientes
una calidad de vida mejor a la que ellos tuvieron. El agradecimiento, por lo
tanto, es lo menos que se puede hacer para honrar a los antepasados. En el caso
de la Heroica, parece ser que los colombianos, en calidad de administradores de
esa herencia, estamos fracasando.
Volviendo los ojos al escándalo
desatado en Cartagena, desde hace un par de semanas , alrededor de la
construcción de una serie de rascacielos que dañarán el entorno del Castillo de San Felipe de Barajas, es
necesario que se hagan una serie de consideraciones sobre los constantes
irrespetos, al invaluable legado arquitectónico, que se vienen sucediendo en esta histórica
ciudad.
Lo primero que hay que decir, es
que este hecho no es sino uno de los muchos atropellos que se han venido dando
desde que la ciudad adquirió importancia turística, a raíz de la declaratoria
de la UNESCO, de “Patrimonio de la Humanidad”.
Hace unos años, en la década de
los 80 existía, a nivel nacional, el Consejo Nacional de Monumentos, entidad
dedicada a preservar todos aquellos inmuebles que representaran un valor
histórico o cultural del país. Se contaba con asesores de las facultades de
arquitectura , historiadores, representantes de las autoridades locales y
nacionales y miembros de los principales gremios turísticos y profesionales de
las diferentes ciudades donde se llevaban obras de restauración.
En el caso de Cartagena, la
Academia de Historia de la ciudad, era quien llevaba la voz cantante en este
aspecto. Su presidente, Donaldo Bossa Herazo, era todo un erudito que conocía
la historia de cada edificación desde sus primeros dueños hasta bien entrado el
siglo XX. Sus explicaciones sobre la razones por las cuales se construía de una
determinada manera y no de otra, eran didácticas y convincentes. Por ejemplo, en cuanto a los miradores es
claro que en la inmensa mayoría de las casas del Centro Amurallado este
elemento no existía por considerarse que no era necesario. Sólo lo requerían los grandes
comerciantes y potentados de la época, pues su función no era recreativa, no se
trataba de ver los arreboles en la playa, sino de avizorar los barcos
procedentes de España, La Habana o Veracruz, cargados de mercancías o llenos de
esclavos y así llegar a puerto para negociar lo mejor que se pudiera. Por lo
tanto , adicionar actualmente, ese elemento obedece más a un capricho de los nuevos
dueños, que a un respeto por la tradición arquitectónica de esta ciudad. Sin embargo ,
basta pasar detenidamente por la Avenida Santander para constar que sobresalen,
como si se tratara de los adornos de una torta de bodas, una serie de los ya
mencionados miradores, rompiendo flagrantemente con la armonía del espacio.
Este es solo uno de los atropellos que se ha impuesto a las edificaciones
coloniales.
Pero son muchos más las
arbitrariedades que se suceden casi que
a diario. Tal como describe Javier Covo Torres, en su novedosa tesis de grado,
en la Cartagena de los siglos XVI y XVI existían dos tipos de casas, acorde con
el dinero de sus propietarios: las de
una sola planta y las de dos plantas. Es fácil entender que las de un solo piso
correspondían a personas con menores recursos económicos que las de dos pisos.
Por esa razón elemental, no estaban decoradas con lujo ni los materiales que se
empleaban eran importados de Europa. Así que, por ejemplo, adicionarles pisos
de mármol, es un total contrasentido. Sin embargo, este tipo de
errores lo cometen, sin que nadie se los impida a los restauradores.
Y que decir de aquellos viejos
caserones que han sido adecuados para
ser hoteles o restaurantes? Como se dice en el argot popular del Caribe, “ahí
si ha sido el despiporre total”.
Evidentemente es necesario darle a los huéspedes el confort que se exige en
estos casos, pero hay muchos excesos que no están justificados. Por ejemplo,
quitar celosías, acabar con las persianas, son algunos de los abusos que no deben
cometerse. Es claro que estos cambios se pueden dar, porque la ciudad carece de
los estrictos controles que anteriormente
tenía el Consejo Nacional de Monumentos. Pero, aún así, nada justifica
tanta arbitrariedad. Las autoridades locales hacen muy mal en no haber
implementado unas políticas que observen con rigor el desarrollo de ese tipo de restauraciones
que atentan contra la historia de la ciudad. Igual muchas de estas acciones
deberían ser tomadas teniendo en cuenta las recomendaciones de nuestra Academia
de Historia. Conocer la tradición nos enriquece como nación y ,al mismo tiempo,
hace que las generaciones más jóvenes aprendan a cuidar lo nuestro.
Ahora bien, volviendo al caso del
Castillo de San Felipe, es evidente que se pasa por alto la historia de esta
fortificación, como bien lo explica, el director del Museo Naval, arquitecto y
miembro de la Academia de Historia de Cartagena, Gonzalo Zúñiga Ángel. Las
fortificaciones edificadas por la Corona española, para la defensa de Cartagena,
obedecían a un plan cuidadosamente
trazado: Se debía ver desde distintas
perspectivas de la ciudad la entrada de los barcos piratas. Para ello era
indispensable que se situaran los puntos de ataque en lugares específicos, de
manera que pudiera impedirse la llegada de los filibusteros hacia la ciudad
amurallada. Así pues, construir el castillo, donde está, sobre el cerro, tiene
toda una razón de ser irrefutable. Pero, si como se pretendía, se tapa la
visual, es imposible que los visitantes comprendan que el sistema de defensa
español era perfecto para la época y que, gracias a eso, América del Sur no es
de habla inglesa. Sin embargo, resulta muy difícil de entenderlo si se pretende
avistar un barco, viniendo de la
Boquilla y entrando a la bahía , a través de las minúsculas “rejillas” que
quedan entre edificio y edificio. Esa es una misión casi imposible. La
grandiosidad de la obra de ingeniería militar que se hizo en esta ciudad desaparece
por completo , en aras de un capricho arquitectónico de unos particulares.
Siempre se ha dicho que el
interés general prima sobre el interés
particular. Acá, en este proyecto urbanístico, seguramente necesario, lo que
acontece es todo lo contrario. El curador urbano no tuvo el criterio de juzgar
que era más importante el sitio que tiene Cartagena en la historia del mundo,
el deber de administrar bien ese tesoro, que no es exclusivamente de los
cartageneros y los colombianos, sino de toda la Humanidad, para por ese sólo
motivo, negar la licencia de construcción. Resulta muy difícil de creer que ese
proyecto solo es viable en frente a San Felipe. Recorriendo la ciudad de manera desprevenida se pueden
encontrar muchos lugares que podrían servir para ese fin. Por qué atentar
contra el castillo?
Igualmente, no es fácil
entender las palabras de la señora
Ministra de Cultura: “trataremos de detener la obra” . Ella es la guardiana de
todo el Patrimonio cultural de la Nación. Su obligación no es “tratar”, sino
impedir que se despoje a la ciudad de un título muy merecido. Debe recordar que
está incurriendo en una falta grave y que está en sus manos el frenar semejante
desatino. La carencia de autoridad es un defecto que no puede tener un
funcionario. Si lo permite, la historia no podrá absolverla.
Cartagena, octubre de
2017.