Padre
Mi padre era, ante todo, un
hombre justo. Tan justo que entendía que no se podía deslindar el amor de la
vida. Amaba la vida como a nadie lo vi hacerlo. Reía , bailaba cómo podía, ( o sea pésimo), y sobre todo tenia un alma
generosa, inmensamente generosa. Su familia, la que formó con mi madre, era lo
primordial para él, al igual que esa casa solariega en Manga donde vivió en su
juventud y luego en San Diego, en Cartagena. Mi padre, desde niño, quería ser
político. Decía mi abuelo, que sacaba un taburete, cuando calculaba que Juan
Antonio, su padre, regresaba del trabajo y pronunciaba un largo discurso sobre
las injusticias que veía. Decía, por ejemplo, que a Víctor , uno de sus
hermanos, le habían dado menor porción
de torta de plátano que los otros
o que a Asunción , una boyacense que había llegado detrás de su hombre en la
guerra de los Mil Días, la cocinera no
le había guardado carne y eso era una injusticia que había que reparar y que eso
jamás sucedería cuando él fuera presidente. Aplaudían los oyentes y él seguía
en su discurso muy horondo y muy
circunspecto .
Al salir del colegio, estudió
Derecho , pues la justicia social era lo primero, tanto así que, su tesis de grado en el
Externado de Colombia, fue sobre el derecho de huelga. Se graduó con honores y
al poco tiempo se casó con mi madre, una mujer luchadora , aguerrida, que se
había atrevido a desafiar su época y había estudiado en la Universidad Nacional
odontología. Se fueron a Europa de inmediato e hicieron algo insólito en ese
momento, ella se quedó en Inglaterra especializándose en Odontología Infantil y
él París en Ciencias Políticas. ¡Unos
recién casados viviendo separados! Ni en el viejo continente eso se usaba. Pero
ellos respetaban los espacios y los
sueños del otro y bajo ese
principio se rigió toda su vida matrimonial.
Volvieron a Colombia cuando cayó
Rojas Pinilla y mi padre, de estirpe liberal y rebelde, fundó con otros
ilustres soñadores, el MRL, Movimiento Revolucionario Liberal. Eran todos ellos
provenientes de familias destacadas en sus regiones pero igualmente con una
conciencia social de responsabilidad frente a sus comunidades fuera de serie.
Estuvieron con él : Álvaro Uribe Rueda , el bueno, (decía él en los últimos años, para distinguirlo del
siniestro personaje que fue presidente), Felipe
y Santiago Salazar Santos, Iván Botero, Jaime Ucros
García, Francisco Zuleta Holguín
y otros cuyos nombres se me
escapan, igual de comprometidos con el cambio . Fueron años difíciles para sus
mujeres y sus hijos que quedábamos solos en Bogotá a la espera de sus cartas y
telegramas . Sin embargo, esos días nos hicieron fuertes. Mujeres berracas,
todas ellas: Niños pequeños y ellas soportado por meses las importunas visitas de sus congéneres
metiendo cizaña sobre las múltiples aventuras
de sus maridos, jóvenes, bien
plantados, profesionales y de buena familia…debió ser un infierno para ellas.
Mi padre amaba el periodismo. Fue
su pasión desde siempre. “ El Espectador " su casa. Se levantaba , tronara o
relampagueara , a las cinco de la mañana a escribir su columna. Una amiga mía, me dice,
entre risas y nerviosismo, que cuando ella fue a entrevistarlo, le contó lo siguiente: “Esther no me respeta,
me ve escribiendo y viene y me dice: “
Rami, tú que no estás haciendo nada, hazme el favor de abrirme esta lata de
atún para el almuerzo”. Él lo hacía paciente, y ella quedaba feliz y decía: “
Me quedó estupendo el soufflé de atún y
él repicaba “ Si, pendeja, pero perdí el hilo de lo que iba a decir en contra de Carlos Lleras”. Los Cano jamás
lo notaron. Sus artículos salían perfectos. Esas eran las discusiones maritales
en mi casa y yo, pobre ingenua, estaba convencida de que, como se dice hoy en
día, la mía era una familia disfuncional…
Cartagena era lo que más lo
animaba. Jamás se sintió más
identificado con
un lugar que con su “Corralito de piedra” . Llegaba hecho un ruiseñor y
sentenciaba: “ Mañana me voy a Cartagena a descachaquisarme”. Volvía eufórico.
Nuevo, lleno de bríos. Nada como ese
Caribe que me enseñó a amar y que defendió hasta la muerte.
Padre mío, hoy te extraño y estoy
acá, en tu ciudad, en la ciudad de nuestros ancestros para decirte que me
legaste lo mejor que un ser humano puede darle a otro: el amor por la vida y
por los gatos, que es lo mismo que ser libertario e independiente Te recuerdo
siempre.
Tu meruña de queso, Claudia la
bella.
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