Claudia de la Espriella
Actuemos con solidaridad
Claudia de la Espriella.
Desde que nació Colombia se viene
luchando para que el país salga de la situación de atraso y de grandes
desigualdades que lo han caracterizado. Es un hecho probado que estas
situaciones de abandono constante son generadoras de conductas agresivas que causan
un deterioro social sistemático, donde se
pone de manifiesto el desprecio por
nuestros semejantes y germinando así una violencia descontrolada, que viene
acompañada de egoísmo extremo de tal forma, que muy pocas cosas se solucionan de manera amigable.
Sin embargo, se está empezando a tomar
conciencia de que ningún país crece armónicamente, mientras se esté en
constante conflicto con el prójimo y no se produzca la solidaria cooperación de
todos los estamentos sociales.
Diariamente se oyen historias
estremecedoras, donde queda claro que el país se ha rezagado varias décadas con
relación al desarrollo humano de los países llamados del Primer Mundo y que
esta inequidad debe corregirse de manera inmediata.
Vale la pena reflexionar
partiendo de un ejemplo reciente: una buena amiga
me contó algo que me dejó sin
palabras. Visitó una escuela pobre en Cartagena y quiso saber el motivo por el
cual un pequeño alumno no podía
concentrarse. Procedió a preguntarle y este, con la sinceridad propia de su
edad, le dio una razón contundente y escalofriante: “ Seño, lo que pasa es que
los ruidos de mi estómago, por el hambre que tengo, no me dejan oír a la profe,
seño”. ¿Qué se dice ante esto? ¿ Se le reprocha la falta de atención? ¿ Qué es
más importante, la educación o el alimento diario? ¿Cómo hacer que esta
personita se convierta en un adulto verdaderamente útil para la sociedad?
Evidentemente este niño tiene
ganas de aprender. Sabe que no es bueno no poder seguir las instrucciones de la
docente. Es muy probable que se sienta avergonzado por los ruidos, pero no sabe
cómo acallarlos y tampoco es consciente de que otros compañeritos pueden estar pasando por lo mismo. Muchos
adultos se sienten conmovidos por sus palabras, pero tampoco saben a ciencia cierta
cuál sería la manera más eficaz de ayudar a solucionar un problema tan antiguo
y complejo como este. ¿Dónde comenzar?¿Cuándo acabamos?
Indudablemente hay que proteger a
la infancia mediante una acción conjunta de la ciudadanía y el Estado para
erradicar el hambre. Se sabe que tan
pronto somos concebidos empezamos a
requerir del alimento. Si la madre no está bien nutrida, tampoco el hijo lo
estará y siempre los dos vivirán con un
déficit físico y sicológico que les impedirá explotar al máximo sus
capacidades. No es necesario ser un erudito para saberlo. Así pues, un niño en
condiciones de desnutrición no será jamás un estudiante modelo. Es así cómo surgen una multitud de problemas derivados de
este hecho. No podrá crecer sano, no se desarrollará intelectualmente como para poder modificar su
entorno, ni llevará una vida digna, sin tantas privaciones ni tantas aulagas. Tendrá
que conformarse con un trabajo inestable y mal remunerado, de tal forma que la
sociedad donde se halla inmerso no será lo productiva que debiera ser y toda la
nación seguirá en el atraso…la misma historia podría repetirse en sus hijos,
sus nietos, sus bisnietos…
Sabemos que no es una
exageración, pero esta es una cadena de errores
políticos interminable y todos tenemos en este campo enormes
responsabilidades. ¿Cómo romper este círculo vicioso? Evidentemente, de manera
consciente, nadie tiene el deseo de que
los menos favorecidos, económicamente hablando, se mueran de inanición. Pero son
una pequeña minoría los que emprenden un accionar, dirigido a la cooperación de
la comunidad para salir de atraso. En Colombia prima, de alguna manera, “el
sálvese quien pueda” como la única regla de comportamiento ciudadano.
Muy pocos se alejan del egoísmo y comprenden que la esencia del progreso
propio se encuentra en solucionar problemas comunes entre todos, esforzándose
por crear las condiciones necesarias para que no sólo se enseñe a pescar sino
que también, se puedan financiar los arpones,
las canoas, las atarrayas… de tal manera que la conocida metáfora china no sea
un expresión idiomática más, sino un ejemplo de cómo se transforma una
sociedad, partiendo de un esfuerzo cívico donde todos pongan y todos
ganen. Esta es la utopía que en este continente americano todavía no
parece probable. Está lejano el día en que se vean los frutos de naciones
guiadas hacia un bien común derrotando a los egoísmos particulares.
Es muy doloroso y frustrante constatar que la mayoría de la
población se rige por el convencimiento
de que el esfuerzo individual es el
único que vale la pena realizar: “ Si yo estoy a salvo, qué importa si mi vecino rueda escaleras
abajo?”. Es así notorio que en nuestros territorios se sigue imponiendo la
supervivencia , en su forma más primitiva, aquel accionar en dónde prevalece el
egocentrismo y no se adoptan conductas gregarias. Es un hecho que se piensa que
el poner la zancadilla, resulta la forma más expedita para llegar al ascenso
deseado. Suele ser habitual comportarse como
ruedas sueltas y esa falta de sentido de cooperación, la carencia interna del convencimiento
en que “la unión que hace la fuerza”, ese negarse la solidaridad como la forma idónea para alcanzar más rápidamente el
progreso personal y comunitario, impide
que se consigan las metas de desarrollo en la sociedad colombiana. Sin embargo,
aunque está lejano el día de lograr una
empatía entre la gran mayoría de conciudadanos, si es un hecho que se está
tomando consciencia de que la hora del cambio ya se está aproximando: Mirarnos
con ojos más compasivos, sentir que tantas frustraciones repetidas en largas décadas
deben acabarse, se sabe que haber vivido en un constante e inexplicable conflicto armado, ser todos
enemigos de todos, es un desgaste de energía innecesario, absolutamente
pernicioso, dónde lo que prima es la sinrazón y dónde los resultados adversos
se manifiestan a través de los miles de niños que no se
nutren de manera optima, ni pueden estudiar, capacitarse para explorar sus
potencialidades intelectuales y físicas al máximo y, por lo tanto, la corrupción
moral se impone y el atraso impera para
hacernos creer que éste es un país sin esperanza.
No estamos dispuestos a legarles
a las nuevas generaciones esta nación proclive al fracaso. Es la hora de comenzar
a moverse hacia el progreso comunitario. Dejemos de quejarnos . No más brazos
cruzados . Veamos en el otro un aliado y actuemos juntos movidos por la solidaridad y creamos en una Colombia verdaderamente
capaz de superar adversidades. ¡Actuemos sin excusas, ya!
Cartagena, julio/17.
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