Malecón
Carlos Villalba Bustillo
Es mentira que todos quieren la paz. Desde
el 2 de octubre declaraciones van y vienen, pero no habrá un “todos ganan” al
final. Lloverán más protestas de pacifismo, y la verdad monda y lironda será
que el uribismo ganó, y que como ganó repetirá el juego que destapó el gerente
de su propia campaña en el diario La República. Eso es
coherencia y fidelidad a los laureles que su dómine ha cosechado desde el 2002.
Es coherencia por algo elemental: a Uribe
siempre la ha ido bien con la guerra. La guerra lo eligió por primera vez, y
por primera vez también lo reeligió sobrado de votos. Lo hubiera reelegido
inclusive por segunda vez si la Corte Constitucional no se atraviesa en el
camino del referendo. Recordemos la frase clave del primer triunfo: “De llegar
a la Presidencia, el ocho de agosto meto la Fuerza Pública en el Caguán.
No
la metió –recuérdenlo– porque fue la guerrilla la que tiró una bomba el 7 de
agosto en los aleros de la Casa de Nariño, como respuesta a la amenaza, con las
consecuencias que sabemos. De ahí en adelante, no hubo duda de que se iniciaron
los éxitos militares del Gobierno. El caudillo se regodeaba con cada golpe a la
subversión, y lo que se quitaba de la piel en cada baño, con el jabón y el
estropajo, era prestigio y popularidad.
El voto por el No fue un acto de confianza
en ese temperamento de condotiero que brilla, como candileja iluminada, por
encima de los defectos que tenga y los excesos que cometa. Éstos siempre son perdonados
por sus idólatras o recaen en sus amigos y colaboradores, muchos de los cuales
están presos o fugitivos. Por eso tiene 20 senadores, y por eso se alzó sobre
el papel quemado de los acuerdos de La Habana.
La prueba de que su estrategia actual es
electoral y no patriótica es que sus tres precandidatos a la Presidencia
figuran en la mesa de Bogotá, más otros dos que le hacen venias suplicantes,
Ordóñez y Marta Lucía Ramírez. Será el quinteto encargado de machacar
inflexiblemente en aquellos puntos que las Farc rechazarán para que todo siga
igual y el candidato del Centro Democrático derrote en 2018 al de la Unidad
Nacional. A la Patria “amada” se le ponen cachos cuando tercia el interés
político.
El cuento de la paz sin impunidad, el de la
no elegibilidad de los autores de delitos atroces y el de la entrega del país
al castrochavismo, son la carnada para que el elector raso se la trague y vote
por el aspirante que mejor cumplió la plana en esta competencia con
ingredientes de paz. Puede ser otra vez el melancólico Óscar Iván, el renegado
Carlos Holmes Trujillo o el joven y talentoso Duque Márquez.
Santos, por su parte, cumplió su anhelo y, a
pesar de la mermelada, recibirá una medalla de “oro ético” en diciembre. Los
analistas internacionales lo ven claro: “El Nobel no garantiza un final feliz”.
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