sábado, 26 de diciembre de 2015

Epifanías de ayer... Gustavo Ibarra - Ensayo de Argemiro Menco Mendoza

 
Hoy comparto con ustedes este texto del poeta y docente universitario Argemiro Menco Mendoza, alrededor de uno de los más grandes poetas del siglo XX en el Caribe colombiano- El
cartagenero  Gustavo  Ibarra   Merlano, hombre  culto y erudito que guío el inicio literario de García Márquez.
 
 
 
 
 
 
TEXTO DE MI ENSAYO PUBLICADO EN LA REVISTA DE LA CÁMARA DE COMERCIO DE CARTAGENA DE INDIAS.
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EPIFANÍAS DE AYER Y EL INFINITO EN LA POESÍA DE GUSTAVO IBARRA MERLANO
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Por Argemiro Menco Mendoza
 
 
Tras el gozo que producen los versos de este poeta cartagenero, nos invade otra exquisita emoción, la de expresar por escrito, entre sus amigos y familiares, una amistosa reflexión, que recoja los estremecimientos y las visiones de lector, que nos han despertado la lectura de dos poemarios "Hojas de Tarja" (1979) y "Ordalías" (1995) de Gustavo Ibarra Merlano. Debido al propósito exclusivo de este texto, no se tocarán, por lo pronto, otras producciones poéticas del autor, tales como "Los Días Navegados" (1983), ni la valoración de sus trabajos literarios y jurídicos, como traductor, crítico de cine y jurista litigante. Tampoco incluimos aquí las valoraciones poéticas que de su vida y de su obra hicieron Gabriel García Márquez, Hétor Rojas Herazo, Jorge García Usta, Rogelio Echeverría, Rómulo Bustos Aguirre, Gustavo Tatis Guerra, Gustavo Cobo Borda y Gustavo Arango. En tal sentido, de su biografía sólo nos basta resaltar ahora que el poeta nació en Cartagena en 1919 y murió a los 82 años en la ciudad de Bogotá, en el año 2014. Que se inició en la literatura a través de sus escritos en los periódicos cartageneros, El Universal y el Fígaro. Que era un enamorado del cine, y de la cultura griega. Muy amigo de Jorge Artel y Clemente Manuel Zabala.
 
Aquí nos interesa el poeta, el ser de un hombre vertido en la tierra, en el agua, en el fuego, y en el cielo del poema. La obra poética de Gustavo Ibarra Merlano se nutre de epifanías de ayer, y el infinito ultrasensible, de recuerdos, y vivencias cotidianas, de todo lo que se le parezca a su ciudad de origen, Cartagena de Indias. Se trata de una construcción poética que alcanza momentos de altísimo lirismo, cuando aflora lo intimista, o se acerca a la vida teorética (contemplativa), persiguiendo depurarse en la trascendencia espiritual.
 
En su poemario, "Hojas de tarja", el poeta asume la palabra para dejarnos uno de los más significativos testimonios poéticos. Una palabra que oficia como el mito, que gesta el poder mágico de la creación y recrea el mundo del Caribe, vinculando sus espíritus a otras tierras hermanas y a las ondas sublimes del universo. Es decir, que a partir de su verbo que late, nos comunica lucencias y misterios. En este libro el poeta se plantea bifurcado entre experiencias de tierra firme y la transmigración por las atmósferas del mar.
 
El libro puede ser un escudo, un conjuro antiguo para defenderse del olvido que atenta disolver los recuerdos. Lo memorioso en este canto funciona como materia prima del orfebre y de la idea. Es un libro de recuentos en donde la memoria se asila, buscando vestigios y las imágenes que pueblan toda entraña. En ese intercambio, en este comercio noble del alma, el poeta consigna sus renuncias; lo que vende fiado y lo que compra fiado. Porque confía en la honradez y en los deberes incumplidos del hombre, en ese destinatario de un canto, que tal vez como él sea idéntico y diverso a sus propias agonías. Como él, a los hombres y mujeres les será difícil, o jamás podrán cumplir los compromisos con la vida, en la crisis espiritual de un tiempo mezquino, lleno úlceras y plegado deslealtades. Dice el poeta:
 
"Mis amigos saben que pueden
esperar de mi lo peor
pero un sistema de complicidades
perdona en mí las faltas que son suyas
y el abismo permanece".
 
Es en el fondo, una declaración suscrita con profunda sinceridad. Es la auténtica regla para sobrevivir en este carnaval de máscaras y en la orgía del sálvese quien pueda. Es como si nos expresara en los lenguajes filosóficos y sociopolíticos de hoy, que en algo comparte la idea del perdón sin olvido y sin rencores, para que ese “abismo” nos recuerde que, si queremos que las relaciones interhumanas sean más limpias, hay que evitar que se repitan los círculos viciosos que nos derruyen y eliminan.
 
El poeta nos revela sus orígenes y la formación originante de la ciudad. La ciudad, cuna de su nacimiento y de su crecimiento, emerge untada de soplos y lágrimas del viento; cruzada por la soberbia del mar, la brasa inclemente del sol y los glaciales del invierno. Poesía que vivifica el canto de los gallos, las presencias de cinematógrafos, gaviotas y reses descuartizadas; supermercados, hojas de plátano, ríos pestilentes, estatuas, salas de interrogatorios y ventanas que dejan salir el grito de los aposentos, gritos que vuelan como ángeles que ventilan las tumbas de los cementerios. El atrio de la iglesia es el teatro donde circulan trisagios, harapos y las condolencias sobre las “grandes muertes”. Es la ciudad evocada y caracterizada como un cuerpo vivo, que habita un espacio cultivado, escenarios de querencias, que nos habitan en su tránsito de siglos y siglos por las venas del espíritu. Es la ciudad donde cada objeto, en relación con cada expresión de vida, trasciende de manera semiológica en la palabra del poeta, en un diálogo de esencias y excrecencias, palabra que comunica la condición perpetua del desamparo en su lucha por la vida. En ese contexto el poeta exhala ruegos y esperanzas que mitigan su agonía:
 
"Levantémonos
que el día
está amarrado
entre las rosas".
A ritmo seguido, aparece la palabra de relatos y retratos que surten la vida porque, en efecto, así es la vida: abandonos, fugas y crímenes que culminan en alabanzas al pie de la cruz, o ameritando la furia del cadalso. En el segundo leño de la tarja, “mar cavada”, el poeta se hunde en la pureza de una poesía vestida con los colores, las modas, los olores, el carácter y el temperamento del mar. El mar es el campo de agua fulminado por el sol, refrescado por el viento y consolado, en su amargura de sal, por la miel fertilizante de la lluvia. El poeta frente al mar y la playa alarga su mirada hasta los abismos del cielo, se hunde en las profundidades de su agua de sus acantilados, y actuando como mutante de un prodigio, se embriaga de lo eternamente primitivo; se embarca en el flujo cósmico y navega cantidades, orillas, y riberas, intuidas. Navíos ilusionados con el paraíso primordial del agua, del aire y del fuego que dinamiza el carruaje del tiempo.
 
La anterior relación íntima del poeta con el agua nos está suministrando datos riquísimos para un estudio más prolijo, que ya estamos adelantando, a la luz de la teoría, “la poética del agua”, del poeta y filósofo, Gaston Bachelard; estudio, en el que tratamos de precisar que, con Ibarra Merlano, los poetas del agua tienen un insigne representante que recrea, no sólo desde la magia que suscita la superficie de este elemento aglomerado en el mar, en los lagos y lagunas, sino desde sus profundidades, lugar donde se engendran sus auténticas dolores y tormentos.
 
El mar de Ibarra Merlano en "Hojas de Tarja" es un ente telúrico, cuadros de naturaleza que nunca terminan postalizados en el poema, caja de resonancia del sosiego y de las turbulencias humanas. Se trata de un mar puro en su mineral existencia y en su animal condición de dios que nos inspira, que nos suministra fósforos y fosforescencias para copular con ninfas, ondinas, suripantas, odaliscas y mulatas en las camas y camastros de Cartagena. Cuando alguien quiera ingresar a un tiempo y a una naturaleza de sensibles marmoraciones que lea los poemas marinos del poeta tarjador, Don Gustavo Ibarra Merlano.

 En torno al poemario "Ordalías", Ibarra Merlano, nos presenta la simbología del juicio sagrado ante los tribunales supremos de la vida, donde purgamos, como lujosos penitentes, las culpas de la inocencia, y el pecado del dolor, (dolor que transpira escándalos y vehemencias), desafiando el orden divino y desorden humano.
 
Con cada poema el poeta consigue insinuar el proceso que nos juzga por dentro y por fuera de la conciencia. Busca probar que el dolor y la nostalgia, son puntos heraclitianos y talones de Aquiles para soportar el veredicto inapelable de Dios y las sentencias mañosas de los hombres.

 El poeta en su giro pendular por la luz y la sombra, el sueño y la vigilia, la vida y la muerte, y la resurrección, penetra los laberintos de la palabra que revela gravedades históricas, la que nimbó a la antigüedad clásica grecorromana, y a todos los clásicos que se gestan en las vísceras de todas las edades. Es decir, que la poética de Ibarra Merlano se sostiene en los estremecimientos de los gustos estéticos renacentistas, en las formas más audaces e imperecederas del barroco, en los dechados de la revolución poética de la modernidad, y en los alares de las vanguardias posmodernas.
 
El poeta se plantea receptáculo bivocal del mito, la fe, la incertidumbre, la revelación. Un diálogo sincero y frontal con lo que muere y agoniza, con las semillas que germinan y anuncian la buena nueva. Noticias de un devenir inmanente que, a la vez, presencializa el fulgor de la divinidad. No obstante, la vivencia de la fe en la redención del hombre por vía cristiana y cristológica, el poeta se sabe, humilde, efímero, huérfano, lacerado por la indigencia y la inexorable mortalidad. En este libro el poeta alcanza alturas metafísicas, estados de terrible conciencia ontológica, padecimientos y desnudeces existenciales que prueban, a manera de ordalías poéticas, la indefensión del hombre, la capacidad de amar y de adorar, todo en procura del gesto piadoso y de la conmiseración del “ser ahí”, aquí, ahora, predestinado a sucumbir ante la aplanadora de muerte, pero con la esperanza de que se abran unos brazos como los que sostienen a Abraham en el cielo.
 
La idea del tiempo es la acción del devenir que gesta, que carcome y que destruye. La fuga del tiempo con las secuelas de la ruina. La ruina como condena de que se padece para renacer evangélicamente. En "Ordalías" está el hombre alerta a las teofanías y a los avatares de la cotidianidad. De todos modos, se trata de un tránsito in curso donde de nuevo el mar se toma la escena para acuñar la simbología de los naufragios, de las aventuras humanas en aguas procelosas, surtidas de riesgos y penurias. El símbolo del agua es la armadura sígnica, la prueba ordálica que nos permite vernos en la vida, enfrentando atentados, y las cargas de imponderables. Es como si se tratara de medios de abolengo mágico para probar ante Dios nuestra inocencia, o recibir de Él la decisión de que somos los únicos culpables. En fin, desde su poética Ibarra Merlano nos propone que salvados por la fe en la gracia de Dios veremos mañana la tierra prometida. En el cuerpo de esa onda espiritual cerramos el círculo y abrimos la conciencia a luz de este bello fragmento de su poema "Kenosis":
 
Declaro solemnemente
Que estoy de acuerdo
Con todos los que me maldicen
Quiero amarlos y despojarme
Hasta el fondo de la humildad
Y dar gracias por haber contribuido a mi conocimiento
Y mi ausencia promovida por los tácitos
plebiscitos de la anulación
Por mi aceptado ostracismo
Subsanará el fraude de mi presencia
Y la masticación elaborada de mi sonrisa
No hay sino una tristeza
No ser santo
Doy gracias a Dios por conocer
La intimidad de mi sustancia vulnerada
La negra luz de mi cuerpo
Proyectando la sombra
Como el estilo de un reloj de sol
Y el alma dispuesta
Para entregarle su tiempo a la muerte.

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