La Lectora- Brenson
Lectora de Poesía
Ir a oír poesía llena
a los escuchas de cuestionamientos sobre lo que es la lírica actual y dónde se
está fallando. La poca concurrencia a lecturas, dónde casi nadie más acude fuera de parientes
y allegados de los aedas, hace pensar que este género literario está muriendo, sin que se
pueda hacer nada para rescatarlo. Resulta muy curiosa esta situación porque en
la adolescencia, cuando se abren los
ojos al amor, todos han intentado hacer varios poemas románticos. Se llega
incluso a las lágrimas cuando un buen poema sale al encuentro de la fascinación
de la palabra. Se podría pensar, entonces, que con la madurez mental desaparece el
encanto por el sentido lírico que tienen las imágenes literarias.
¿Dónde se rompe
ese vínculo? ¿ Dónde se marcha la emotividad
de la poesía? ¿ Cuándo comienza a avergonzarse, la gente del común, por el gusto por lo poético? ¿Quién
desprestigia a los poetas? Son esas y muchas otras las respuestas que se quedan
como grandes interrogantes.
Parecería que en
pos de lo “práctico” a las personas les
diera miedo, terror, enfrentarse con los enigmas más profundos de su espíritu. Se paralizan
ante la posibilidad de descubrir que son sensibles, emotivos, capaces de
llorar, así sea en los rincones o en la profundidad del cuarto, como si ser
humanos los avergonzará y descubrir, después de un buen poema, que hay algunas
cosas que atormentan y a las que no le
encontramos respuestas claras sino auscultando
lo más íntimo de nuestro ser. Es una especie de parálisis afectiva la que hace
que muchos rechacen decir que les gusta la poesía y que no se intimidan porque
los puedan tildar de “ cursis” por
reverenciar el idioma en el sentido más excelso: el de darle un valor sacro a
la palabra.
Pero no es
únicamente la subvaloración del lenguaje, como vehículo de una verdadera
comunicación profunda y sabia, la que ha hecho caer en el olvido a la poesía, en particular, y a la
literatura en general. Existen otros factores. Hay que detenerse en algo que es
muy grave: la carencia de buenos poetas. Por supuesto que uno que otro se salva.
Es un hecho que algunos logran llegar a su público, conmoverlos conduciéndoles a
pensar en su yo interno; con toda los riesgos que eso conlleva y con toda la
valentía que se hace necesaria para encontrar el sentido de la existencia
cotidiana.
Hay quienes le
temen a hacer buena poesía intimista porque no quieren enfrentarse a un hecho
innegable, de que todo en el arte tiene algo de catártico. No es lo único, es cierto
, ni debe hacerse con ese propósito, pero que emergen los fantasmas y los
sueños más amados, es una realidad que
no debe tratar de evitarse, porque al hacerlo se asesina la esencia del ser humano. Hay que medirse, pero no empeñarse en ocultarlo. Esta es una práctica,
entre otras cosas, inútil ya que cuando se intenta negarlo, con mucho ahínco, se descubren cuáles son los ropajes artificiales
que acompañan a los versos y queda en evidencia las diversas verdades que el poeta consideraba que estaba dejando resguardadas.
Ahora bien,
pasando a lo estrictamente formal y conceptual, existen dos vertientes
igualmente destructivas para la lírica.
Una que enreda las palabras, las introduce en una especie de ciclón de imágenes
sin peso ni coherencia, pretendiendo entrar en un terreno insondable y según
creen ellos, destinado a los “ eruditos literarios”, a aquellos elegidos de los
altares “más selectos” y más carentes de emotividad que se pueda pensar. La
otra tendencia apunta a despojarse de todo trabajo creativo, de una disciplina
que traspase los linderos de lo elemental, casi pueril, en que caen los que consideran que los vocablos no deben ser cuidados, amorosamente regados
con la esencia misma de una mirada atenta y escrutadora, donde se escoge cada gesto, cada signo, construyendo
un universo de sonidos, de ritmos, de conceptos, de intenciones sensitivas que
puedan remontar lo inmediato y perpetuarse en la memoria como un hito digno de
ser recordado.
La creación no
es un juego, pero tampoco es un intrincado laberinto carente de fuerza interna
ni de mirada amorosa a lo que objetivamente nos acompaña. Tener en cuenta que no se trata
de “ descrestar” al lector, pero tampoco de manejar un lenguaje plano. Lo poético, tal cómo ahora se le aborda, debe ser replanteado. El equilibrio entre una
comunicación idónea con el público y una forma seria de trabajo intelectual,
que no por eso, pierda la sencillez necesaria
para conseguir un mensaje claro . No se ético tener al escucha imaginando que
no es intelectualmente apto para entender el sentido de lo dicho, pero tampoco
se le puede tratar como si estuviera en la escuela elemental. Del mismo modo, al
considerar que ya fueron enterradas la métrica y las formas clásicas, se ha
olvidado que debe haber un ritmo
interno, una musicalidad muy bien cuidada, detenidamente escogida e incluso
reposada, meditada.
Abrir la
compuerta a un trabajo minucioso, pero a
la vez espontáneo, no es nada fácil. El
ser poeta no es únicamente querer tener un trabajo literario, es una forma de
vida donde la humildad espiritual , la comunión y el respeto por la
inteligencia y sensibilidad del público es
la muestra fehaciente de que se está en el camino indicado. El mundo lírico
no se concentra en una pluma sino en una visión de vida donde no se es sacerdote
y tampoco se es un pecador despojado de toda delicadeza de alma. Ojala surjan
los poetas conscientes no la creación no se limita a escribir versos; sino por
respetar el entorno de la vida en donde se esta y ponerlo todo este contexto en comunión con la palabra, sin alardes
desmedidos, sin falsas humildades y sobre todo dándole un ritmo musical y profundo a la vida diaria.
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