lunes, 1 de febrero de 2016

Lectora de Poesía - Ir a oír poesía

 
 
 La Lectora- Brenson
 
Lectora   de   Poesía
Ir a oír poesía llena a los escuchas de cuestionamientos sobre lo que es la lírica actual y dónde se está fallando. La poca concurrencia a lecturas,  dónde casi nadie más acude fuera de parientes y allegados de los aedas, hace pensar que este  género literario está muriendo, sin que se pueda hacer nada para rescatarlo. Resulta muy curiosa esta situación porque en la adolescencia, cuando se abren  los ojos al amor, todos han intentado hacer varios poemas románticos. Se llega incluso a las lágrimas cuando un buen poema sale al encuentro de la fascinación de la palabra. Se podría pensar, entonces, que con la madurez mental desaparece el encanto por el sentido lírico que tienen las imágenes literarias.
¿Dónde se rompe ese vínculo? ¿ Dónde se marcha la emotividad  de la poesía? ¿ Cuándo comienza a avergonzarse, la gente del común,   por el gusto por lo poético? ¿Quién desprestigia a los poetas? Son esas y muchas otras las respuestas que se quedan como grandes interrogantes.
 
Parecería que en pos de lo “práctico” a las personas les  diera miedo, terror, enfrentarse con los enigmas  más profundos de su espíritu. Se paralizan ante la posibilidad de descubrir que son sensibles, emotivos, capaces de llorar, así sea en los rincones o en la profundidad del cuarto, como si ser humanos los avergonzará y descubrir, después de un buen poema, que hay algunas cosas que atormentan  y a las que no le encontramos  respuestas claras sino auscultando lo más íntimo de nuestro ser. Es una especie de parálisis afectiva la que hace que muchos rechacen decir que les gusta la poesía y que no se intimidan porque los puedan  tildar de “ cursis” por reverenciar el idioma en el sentido más excelso: el de darle un valor sacro a la palabra.
 
Pero no es únicamente la subvaloración del lenguaje, como vehículo de una verdadera comunicación profunda y sabia, la que ha hecho caer en el  olvido a la poesía, en particular, y a la literatura en general. Existen otros factores. Hay que detenerse en algo que es muy grave: la carencia de buenos poetas. Por supuesto que uno que otro se salva. Es un hecho que algunos logran llegar a su público, conmoverlos conduciéndoles a pensar en su yo interno; con toda los riesgos que eso conlleva y con toda la valentía que se hace necesaria para encontrar el sentido de la existencia cotidiana.
 
Hay quienes le temen a hacer buena poesía intimista porque no quieren enfrentarse a un hecho innegable, de que todo en el arte tiene algo de catártico. No es lo único, es cierto , ni debe hacerse con ese propósito, pero que emergen los fantasmas y los sueños más amados, es  una realidad que no debe tratar de evitarse, porque al hacerlo se asesina la esencia del ser  humano. Hay que medirse,   pero  no empeñarse en ocultarlo. Esta es una práctica, entre otras cosas, inútil ya que cuando se intenta  negarlo,  con mucho ahínco,  se descubren cuáles son los ropajes artificiales que acompañan a los versos y queda en evidencia las  diversas verdades que el poeta consideraba  que estaba  dejando resguardadas.
 
Ahora bien, pasando a lo estrictamente formal y conceptual, existen dos vertientes igualmente destructivas para  la lírica. Una que enreda las palabras, las introduce en una especie de ciclón de imágenes sin peso ni coherencia, pretendiendo entrar en un terreno insondable y según creen ellos, destinado a los “ eruditos literarios”, a aquellos elegidos de los altares “más selectos” y más carentes de emotividad que se pueda pensar. La otra tendencia apunta a despojarse de todo trabajo creativo, de una disciplina que traspase los linderos de lo elemental, casi pueril,  en que caen los que consideran que los  vocablos  no deben ser cuidados, amorosamente regados con la esencia misma de una mirada atenta y escrutadora, donde  se escoge cada gesto, cada signo, construyendo un universo de sonidos, de ritmos, de conceptos, de intenciones sensitivas que puedan remontar lo inmediato y perpetuarse en la memoria como un hito digno de ser recordado.
 
La creación no es un juego, pero tampoco es un intrincado laberinto carente de fuerza interna ni de mirada amorosa a lo que objetivamente  nos acompaña. Tener en cuenta que no se trata de “ descrestar” al lector, pero tampoco de manejar un lenguaje plano.  Lo poético, tal cómo ahora se le aborda,  debe ser replanteado. El equilibrio entre una comunicación idónea con el público y una forma seria de trabajo intelectual, que no por eso,  pierda la sencillez necesaria para conseguir un mensaje claro . No se ético tener al escucha imaginando que no es intelectualmente apto para entender el sentido de lo dicho, pero tampoco se le puede tratar como si estuviera en la escuela elemental. Del mismo modo, al considerar que  ya fueron enterradas  la métrica y las formas clásicas, se ha olvidado que  debe haber un ritmo interno, una musicalidad muy bien cuidada, detenidamente escogida e incluso reposada, meditada.
 
Abrir la compuerta a un trabajo minucioso,  pero a la vez espontáneo,  no es nada fácil. El ser poeta no es únicamente querer tener un trabajo literario, es una forma de vida donde la humildad espiritual , la comunión y el respeto por la inteligencia y sensibilidad del público es  la muestra fehaciente de que se está en el camino indicado. El mundo lírico no se concentra en una pluma sino en una visión de vida donde no se es sacerdote y tampoco se es un pecador despojado de toda delicadeza de alma. Ojala surjan los poetas conscientes no la creación no se limita a escribir versos; sino por respetar el entorno de la vida en donde se esta y ponerlo todo este contexto  en comunión con la palabra, sin alardes desmedidos, sin falsas humildades y sobre todo dándole un ritmo musical  y profundo a la vida diaria.
 

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