miércoles, 9 de septiembre de 2015

Confesiones



Los poetas  a veces estamos obligados a hacer cosas prosaicas. Despedirnos cuando el avión se marcha, decidir el vestido que nos resguarde del invierno de nuestra alma y también ir de compras a la feria de las vanidades. Los poetas a veces mentimos de la forma más descarada. Sonreímos hipócritas a los condenados y abrazamos sin piedad a los moribundos desahuciados. Es cierto, los poetas de vez en cuando vamos al cine a burlarnos  de  las emociones ajenas pero no perdonamos jamás que alguien no tome en serio nuestras propias tristezas y nuestras desesperanzas. Los poetas, algunos días, miramos por  encima del hombro a los demás creyendo tontamente que somos los elegidos de todos los dioses y de todas las religiones milenarias. Los poetas somos expertos en destruir sueños. No  nos importa arrebatar a los niños de los brazos suplicantes de sus madres. Saltamos por el balcón destruyendo el elixir de vida de la vestal amada. Los poetas hay días que  robamos las frutas del viejo labrador cansado. En ocasiones, los poetas  no entendemos razones sólo queremos ver por nuestros egoísmos y  no nos detenemos ante nada. De vez en cuando los poetas amanecemos sintiéndonos los adalides de todos los pensamientos y todas las palabras. Es curioso pero es común que  los  poetas nos marchamos presurosos para evitar darle explicaciones a nuestros seres amados. Suele pasar que los poetas no sabemos mirar con ternura a los humildes. Sentimos que no les está permitido amar porque no sido escogidos para hablar de la alegría de despertarse cada mañana. Algunos días los poetas respiramos rencores. Somos más desdichados que Job y todas  sus penurias centenarias. Es probable que los poetas olvidemos a los amigos por salir presurosos detrás de una joven delirante. Los poetas no creemos en nosotros mismos, por eso nos extraviamos buscando pócimas mágicas. Es casi imposible para un poeta decidir con qué cara salir cada mañana. El clima puede cambiar y nosotros tendremos que salir corriendo a resguardarnos de los insultos furiosos de incontables  personas mirándonos. Quizás llegue a suceder que los poetas  permanezcamos  insomnes viendo a las pesadillas esconderse presurosas en nuestra cama. Cada cierto tiempo los poetas desafiamos a los más valientes pero somos incapaces de enfrentar a un niño de 5 años. Los poetas somos muy torpes al saludar y verdaderamente imposibles al despedirnos. Con frecuencia ocurre que los poetas no sepamos llorar ante la tumba de nuestros hermanos pero nos desmayamos frente al féretro de cualquier desconocido que pase por la calle. Los poetas no queremos observar detenidamente a las flores y huimos presurosos del canto de las aves. Muchas veces nos quemamos las manos al calentar el café por las mañanas y  somos capaces de desatar el fuego con los problemas menos importantes. También es común que los poetas amemos perdidamente a otros poetas aunque jamás nos  atrevamos a confesarlo. Todos creemos que los poetas tenemos tanto que decir… Por eso, ustedes, nuestros escuchas,  nunca podrán perdonarnos tantas palabras inútiles pronunciadas sin sonrojarnos…Los poetas siempre somos pecadores irredentos…Mi corazón amante sabe que la poesía es  mi único y verdadero amor y será la encargada aceptarme y salvarme.


                                                        Cartagena, 5 de agosto  de 2007

2 comentarios:

  1. Hola, Claudia, tu reflexión es una puesta en escena de muchos de los rostros sin máscaras de los poetas. Es una provocación que desnuda no solo es una verdad personal, sino también la colectiva. Algo de estas verdades nos toca en suerte sobrellevar. Argemiro Menco Mendoza

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    1. Comparto tu punto de vista, Argemiro. Mil gracias por tus palabras.

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