Confesiones
Los poetas a veces estamos obligados a hacer cosas
prosaicas. Despedirnos cuando el avión se marcha, decidir el vestido que nos resguarde del invierno de nuestra alma y
también ir de compras a la feria de las vanidades. Los poetas a veces mentimos
de la forma más descarada. Sonreímos
hipócritas a los condenados y abrazamos sin piedad a los moribundos
desahuciados. Es cierto, los poetas de vez en cuando vamos al cine a
burlarnos de las emociones ajenas pero no perdonamos jamás
que alguien no tome en serio nuestras propias tristezas y nuestras
desesperanzas. Los poetas, algunos días, miramos por encima del hombro a los demás creyendo
tontamente que somos los elegidos de todos los dioses y de todas las religiones
milenarias. Los poetas somos expertos en destruir sueños. No nos importa arrebatar a los niños de los
brazos suplicantes de sus madres. Saltamos por el balcón destruyendo el elixir
de vida de la vestal amada. Los poetas hay días que robamos las frutas del viejo labrador cansado.
En ocasiones, los poetas no entendemos
razones sólo queremos ver por nuestros egoísmos y no nos detenemos ante nada. De vez en cuando los
poetas amanecemos sintiéndonos los adalides de todos los pensamientos y todas
las palabras. Es curioso pero es común que los
poetas nos marchamos presurosos para evitar darle explicaciones a
nuestros seres amados. Suele pasar que los poetas no sabemos mirar con ternura
a los humildes. Sentimos que no les está permitido amar porque no sido
escogidos para hablar de la alegría de despertarse cada mañana. Algunos días
los poetas respiramos rencores. Somos más desdichados que Job y todas sus penurias centenarias. Es probable que los
poetas olvidemos a los amigos por salir presurosos detrás de una joven
delirante. Los poetas no creemos en nosotros mismos, por eso nos extraviamos
buscando pócimas mágicas. Es casi imposible para un poeta decidir con qué cara
salir cada mañana. El clima puede cambiar y nosotros tendremos que salir
corriendo a resguardarnos de los insultos furiosos de incontables personas mirándonos. Quizás llegue a suceder que
los poetas permanezcamos insomnes viendo a las pesadillas esconderse presurosas
en nuestra cama. Cada cierto tiempo los poetas desafiamos a los más valientes
pero somos incapaces de enfrentar a un niño de 5 años. Los poetas somos muy
torpes al saludar y verdaderamente imposibles al despedirnos. Con frecuencia
ocurre que los poetas no sepamos llorar ante la tumba de nuestros hermanos pero
nos desmayamos frente al féretro de cualquier desconocido que pase por la
calle. Los poetas no queremos observar detenidamente a las flores y huimos
presurosos del canto de las aves. Muchas veces nos quemamos las manos al
calentar el café por las mañanas y somos
capaces de desatar el fuego con los problemas menos importantes. También es
común que los poetas amemos perdidamente a otros poetas aunque jamás nos atrevamos a confesarlo. Todos creemos que los
poetas tenemos tanto que decir… Por eso, ustedes, nuestros escuchas, nunca podrán perdonarnos tantas palabras
inútiles pronunciadas sin sonrojarnos…Los poetas siempre somos pecadores
irredentos…Mi corazón amante sabe que la poesía es mi único y verdadero amor y será la
encargada aceptarme y salvarme.
Hola, Claudia, tu reflexión es una puesta en escena de muchos de los rostros sin máscaras de los poetas. Es una provocación que desnuda no solo es una verdad personal, sino también la colectiva. Algo de estas verdades nos toca en suerte sobrellevar. Argemiro Menco Mendoza
ResponderEliminarComparto tu punto de vista, Argemiro. Mil gracias por tus palabras.
Eliminar