miércoles, 9 de septiembre de 2015

 Las   Regiones   del   Olvido


Ramiro de la Espriella

En la medida en que vayamos profundizando en el estudio de las instituciones, tendremos que acercarnos más y más a nuestras fronteras como parte integrante de la soberanía nacional.

Siempre, desde la gesta histórica de nuestra independencia, la organización política del Estado ha tenido mucho más que ver con la interpretación erudita de los textos importados que con la esencia misma de la estructura geopolítica de la nación.

Las ideologías entonces imperantes estuvieron  sustentadas  en las pruebas fehacientes de la celebrada cultura de nuestros próceres, enriquecidos ellos por la elocuencia de sus esclarecidos legatarios extranjerizantes. Fue así como se importaron muchas de nuestras instituciones sin mirarnos objetivamente, asimilados al libre comercio de los productos del consumo diario de nuestras deficientes economías. Nacimos dentro de los escombros agrietados del imperio español y nuestros padres acuciosos admiraban aún inducidos por el regreso de Julio César a la Roma imperial, llevando atado a la cola de su caballo  a Vercingétorix, el rey galo. Aquello era sin que aún existiera, una exaltación cinematográfica a los grandes procesos imperiales de la historia.

Ya Bolívar había presenciado la coronación de Napoleón, y lo cierto fue que jamás creyó en ella. Prefirió mirar vagamente los escombros sobre los cuales levantaba  la independencia de nuestra América. En la bandera blanca de la Paz, después de dictado el Decreto de Guerra a Muerte, envolvió  en sus pliegues la alternativa diciente de la Gran Colombia.

¿ En qué estaba pensando entonces?

Pensaba en nuestra unidad de destino, en el desgarramiento de las fronteras de México, en Panamá, en el hálito alentador de Bolivia, en la verdadera independencia de Cuba, y así murió pensándolo todo, en tanto que estamos esperando que él vuelva , sin agenciados interpretes que enloden su majestuoso pensamiento político.

Y luego: nuestro propio vacío, el vacío de Colombia que aún no alcanza a encontrarse a sí misma.

Desde 1811 hasta 1991 han transcurrido hoy más de 200 años, y aún estamos esperando nuestra unidad de destino sin haber conocido siquiera, de hecho y por derecho la realidad geográfica de las fronteras colombianas.Para no perdernos en las sin razones de nuestra historia política, basta y sobra con dos de nuestras reformas constitucionales: 1863 y 1886.

Los llamados “ Estados Soberanos”, no intentaron siquiera la unidad nacional. Por el contrario, abusaron de su poder de decisión interno entre sí acudiendo al enfrentamiento armado. Todo este es un controvertido proceso de la historia, que va de 1861 hasta finalizar con la derrota  del liberalismo en la batalla de la Humareda.

Rafael Núñez había venido combatiendo los excesos en la aplicación de la Constitución de 1863, y de allí surge el nuevo ordenamiento de 1886. La llamada “ regeneración” política ideada por el cartagenero tampoco encuentra asidero en los usufructuarios del poder. Algo acerca de la torcedura de sus ideas debió haber intuido el presidente Núñez cuando se abstuvo de avalarla con su firma.

Nuestros límites con los países hermanos están apenas señalados en los mapas , y es así como su presencia apenas sí se reconoce en los nombres perdidos de los escenarios. Si nos miramos bien hacia adentro está mucho más cerca de nuestros presidentes  Washington que Leticia, y para ellos, al igual que para cierta élite económica que cree que es más ventajoso visitar la Casa Blanca que la Amazonía ,el Putumayo, Ipiales o Bahía Solano.

Es lamentable, por ejemplo, que  quienes han ocupado la presidencia de Colombia  no hayan sido capaces de darle continuidad a una política pública en materia de desarrollo rural sostenible, infraestructura, buscando el progreso armónico y complementario entre las grandes urbes  y aquellos rincones del país que abastecen con sus productos a las ciudades, de modo que los campesinos del Cauca, El Chocó, Nariño o el Valle no puedan contar con centros de salud, educación básica que llegue a los más apartados sitios de nuestra geografía, oportunidades de un desarrollo minero o fabril acorde con las  necesidades de empleo digno de sus habitantes. Son dos Colombias que parecen estar apartadas, desconociéndose mutuamente  y sin que se vea a corto plazo un cambio de mentalidad al respecto. De igual manera preocupa que se haya insistido casi sistemáticamente en abandonar  la investigación científica de los recursos humanos y naturales de los diferentes sitios del país , del mismo modo que se debe insistir en el estudio  de sus legados religiosos,  folclóricos,  artísticos,  literarios, gastronómicos, las características etnográficas  y el modo más expedito de conseguir una  integración sociológica  con el desarrollo positivo, innovador y transformador  de nuestra historia.

Excepción hecha del General Rafael Reyes son muy pocos los estadistas colombianos  que a lo largo del siglo XX y en lo que va corrido del XXI hayan mirado hacia las regiones olvidadas de Colombia. Desde San Andrés y Providencia, la Guajira hasta el sur del país, pasando por los puertos, la extensa llanura, las zonas selváticas con su biodiversidad, las riquezas hídricas tanto del Chocó como del Amazonas y  el Orinoco, nuestros recursos pesqueros en los dos océanos y otros  muchos aspectos fundamentales presentes  en los rincones de la patria que están en el más absoluto abandono. Ese poco interés en lo que nos pertenece parece ser la constante de una nación que desconoce su verdadera realidad y que considera que es  más importante pensar  en las experiencias políticas de los demás que en buscar nuestras propias respuestas y avanzar verdaderamente hacia un desarrollo integral de todos los aspectos que conforman nuestra soberanía. El camino apenas  ha sido trazado. Hay mucho todavía por recorrer.

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