LOS
“DERECHOS” A LA
SUCESIÓN PRESIDENCIAL
Ramiro de la Espriella
Lo que llamamos en Colombia la
política, no es otra cosa que el engranaje burocrático y económico del poder,
antes que cualquier concepto distinto y determinante de la conducta de quienes
nos han venido gobernando , que ha seguido impidiendo entre nosotros la unidad
de destino como nación. De allí, precisamente, provienen los consagrados
“derechos” familiares a la sucesión presidencial. Ese silencioso otorgamiento
histórico ha ido definiendo desde la independencia la inalterable existencia
del gran poder metropolitano contrapuesto a la gran mentira del país nacional,
aún desconocido dentro de nuestras propias fronteras.
Una atenta mirada retrospectiva
del heroico proceso de nuestra independencia, sin duda nos llevará a la
conclusión que su gesta derivó en una verdadera guerra civil entre “criollos” y
“ chapetones”. El imperio español sobrellevaba la crisis de sus instituciones
políticas y su propio desahucio económico, a lo que vino a agregarse la
invasión de Napoleón. Los “criollos” venían
padeciendo bajo el imperio en declive el aberrante sometimiento económico y
político que desde allá se les colgaba personalmente como una soga al cuello.
El egocentrismo ha sido siempre
elemento persuasivo de las decisiones políticas relacionadas con el Estado. En
tanto Bolívar concebía la creación de la Gran Colombia como el aseguramiento de
la unidad de destino de nuestro continente, lo cierto es que Santander, Páez y
Flores prefirieron su escisión en
beneficio de sus ambiciones políticas personales.
Desde entonces viene
concentrándose el poder político del Estado en los organismos metropolitanos del
país. Sobran muchos hitos históricos para comprobarlo, sin para qué olvidar que
el alejamiento de las fronteras ha traído como consecuencia su invasión y
pérdida ante el silencio cómplice de nuestros propios gobernantes.
Pero lo anterior no es un fenómeno
aleatorio que no pueda ser explicado históricamente. Por el contrario, es el
anecdotario familiar de los “derechos” imprescriptibles a la sucesión
presidencial del poder metropolitano sobrellevado en los hombros de sus
beneficiarios.
Al morir el Libertador, asume la
presidencia en 1830, don Joaquín Mosquera , hermano del Gran General Tomás Cipriano de
Mosquera , quien también la ejercería en
los siguientes años de manera autoritaria. Posteriormente ese itinerario de
fuga habrá de repetirse cada vez que sea menester de acuerdo con las costumbres
ya establecidas.
Para no adentrarnos en el complicado
proceso de la independencia, bien vale un salto
en el vacío de nuestras instituciones hasta llegar al gobierno de Miguel Antonio Caro. Se
vanagloriaba el señor Caro de no conocer el mar, atraído por el legendario frío
de Santa Fe de Bogotá. A su lado estaban sus parientes don Carlos y don Jorge Holguín detentadores de la
regencia capitalina del ejercicio del mando.
La regeneración política no llega
jamás porque desde entonces el ejercicio del mando se remite a la aplicación de
los llamados artículos transitorios de la Constitución del 86. Así mismo, la
continuidad de los derechos a la sucesión familiar sigue vigente y se prolonga
hasta nuestros días. Un solo ejemplo basta no más: don Mariano Ospina Rodríguez
(1830-1858), el general Pedro Nel Ospina (1922-1926) y Mariano Ospina Pérez
(1946-1950) han recibido su donación histórica familiar.
A “la Revolución en Marcha” de la
primera presidencia de López Pumarejo,
que tantas alentadoras esperanzas había producido, siguió la pausa
presidencial de Eduardo Santos como contradicción ideológica a las reformas
emprendidas. Luego, como suele suceder tantas veces en Colombia, la reelección
del expresidente López Pumarejo, que finalmente se ve obligado a renunciar por
“ razones familiares”, ocultando así los
lamentables descalabros económicos. Es elegido como su sucesor Alberto Lleras Camargo en su condición de
Primer Designado y así se precipita la desbandada social y política del país
con el descenso vertiginoso de la determinante voluntad del presidente Lleras
Camargo. Optó éste en su momento por
erradicar la gran influencia que el sindicalismo ejercía sobre la política
nacional al afirmar que no podía permitirse en Colombia la existencia de dos
poderes: uno en el río Magdalena y otro en el Palacio de Nariño.
Alberto Lleras Camargo y Laureano
Gómez, firmaron en Sitges y Benidorm el acuerdo de paz entre las directivas de
los dos partidos tradicionales, cuyos beneficios no llegaron jamás al país
nacional. Por el contrario, únicamente contribuyeron a fortalecer un poder
político y económico en manos de unos cuantos apellidos que han sentido que
tienen en sus manos esos “Derechos Herenciales” que los han mantenido alejados de nuestras
fronteras, fijando la vista únicamente en sus intereses familiares. De tal forma que no ha podido darse la
identificación con el país nacional. Esta dicotomía, que bien se conoce,
produce los días aciagos de la más
sangrienta violencia desatada entre los dos partidos tradicionales, hasta
llegar a la dictadura, lo que finaliza en el llamado Frente Nacional. Sin
embargo, dicha solución no rompió
con el fortalecimiento de este modo de
nepotismo que resultó antidemocrático e inconveniente para el desarrollo
armónico del país. Dicha época,
comprendida entre los años de 1958 y 1974
no es más que la acentuación pasiva del ya legendario gobierno de las históricas minorías
nacionales, de espaldas como tantas veces lo hemos afirmado, a nuestras
ignoradas fronteras, mares y ríos tumultuosos en su gran mayoría hasta ahora
ausentes de la presencia de nuestros dirigentes. De nuevo se ha venido
soportando el ejercicio práctico de los “derechos” a la sucesión
presidencial.
En 1958, al inaugurarse el
ejercicio constitucional del Frente Nacional, llega de nuevo a la presidencia
de la república Alberto Lleras Camargo,
quien ya exhibía en su escudo familiar a
don Lorenzo María Lleras. Es elegido Guillermo León Valencia, hijo del dos
veces candidato presidencial Guillermo Valencia. En 1966 Carlos Lleras
Restrepo, primo hermano de Alberto Lleras, asume el cargo como sucesor de
Valencia. Luego, en las elecciones de 1970 Misael Pastrana Borrero llega al
Palacio de San Carlos para finalizar la alternativa presidencial de los dos
partidos tradicionales.
El candidato Alfonso López
Michelsen triunfa en 1974, hijo del expresidente Alfonso López Pumarejo , en
ardida competencia electoral con Álvaro Gómez Hurtado, hijo del expresidente
Laureano Gómez y María Eugenia Rojas, hija del expresidente Rojas Pinilla.
En 1998 asume la presidencia Andrés
Pastrana, hijo del expresidente Misael Pastrana. Ahora nos gobierna Juan Manuel Santos Calderón sobrino
nieto de Eduardo Santos y como Vicepresidente Germán Vargas Lleras, nieto del
expresidente Lleras Restrepo.
Esa ha sido la historia familiar
del ejercicio del mando en Colombia, concentrado y ajustado al gran poder
metropolitano, extendido ya a la avaricia macroeconómica de los agentes del
Estado, mantenido y enturbiado por la nociva y manipulada influencia de los
medios de comunicación.
Ni el Pacífico ni el Caribe han
alcanzado a asomarse al poder político del Estado colombiano . Basta un solo
ejemplo: desde 1892, cuando Núñez renunció al ejercicio del poder, hace más de 120 años , no ha habido un solo presidente
costeño, tampoco que se hubiera bañado en las aguas caudalosas del Amazonas o
el Putumayo, o que desde niño supiera que existen allá lejos Leticia y Guepí.
Esos vicios del
poder que nos han dominado desde los
albores de la vida republicana han
detenido cualquier posibilidad de adentrarse de manera científica, mediante la
investigación metódica en las reales características de la cultura colombiana:
no se han fortalecido las regiones ni se ha avanzado en el estudio de la
lengua, las religiones, los componentes raciales, sus precarias economías, y
finalmente: la sociología de sus estirpes, y, en consecuencia la forma real y
efectiva de conseguir la integración nacional, desde la diversidad y los
amplios aspectos que conforman lo que podríamos llamar la exégesis de una
verdadera Colombia.
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