sábado, 19 de septiembre de 2015


 

Los   espacios de los “ Cronopios”
en  los  cuentos  de  Cortázar

        Breve  Comentario
El tiempo vivido en Buenos Aires, en los años 90,me llevó a querer reconocer muchos de los espacios donde Cortázar había ambientado sus cuentos. Así que iré dejando en estos escritos mi análisis de esos sitios y su significación. No pretendo que todo se ajuste a la realidad sino  que,  en ocasiones, es mi propia interpretación de esos lugares la que tomo como referencia. Comienzo con un recuerdo amplio sobre la capital de la Argentina para luego adentrarme en el cuento que le da el nombre a la compilación de " Bestiario".
 
Quiero agradecer especialmente a mi amigo Gustavo Arango su libro " Un tal Cortázar", tesis de grado suya, que me permitió adentrarme en las propias vivencias del escritor.
 
 
Estación de Banfield en 1907.- En esa época llegan los padres de Julio Cortázar con él a vivir allí.


Por Claudia de la Espriella.

 
1.- La Casa de Bestiario
 
En la adolescencia,  a principios de la década de los  70, leí por primera vez a Julio Cortázar. Recuerdo la identificación inmediata  con su definición de lo qué era un cronopio, aunque en mis ratos libres siempre he ejercido como esperanza. Encontré  en él al primer escritor que me conmovió por su manera de enfrentarse con la literatura urbana y los amplios vuelos que le daba a una imaginación fantástica, en el sentido literario del término.

Doce años más tarde, llegué a vivir a Buenos Aires, ejerciendo funciones de fama en la Embajada de Colombia. Busqué reencontrarme con Julio y tomando algunos relatos de “Bestiario” empecé a  reconocer lo que mi intuición de cronopio  me había enseñado de esa ciudad.
 
 Mi verdadera vocación no es la diplomacia sino la Literatura y en este campo mi camino ha sido la docencia Universitaria, la crítica literaria, así como algunos poemas y  unos pocos cuentos. Por ese motivo, aún cumpliendo con mis obligaciones laborales, quise  reconocer los puntos en común y los misterios que se encerraban en esa ciudad  en que habitó Cortázar considerando que vivir allí era una casualidad con causalidad.
 
El recorrido se inició conociendo los lugares donde transcurrió su primera infancia, en Banfield. Ese lugar, al que llega niño, lo enfrenta con la estética propia de la arquitectura republicana, fácilmente identificable en toda Latinoamérica y que corresponde a las tres primeras décadas del siglo XX. El estilo de la edificación donde transcurrieron sus primeros años se acerca; a pesar de ceñirse a algunos patrones europeos clásicos; a la búsqueda de un lenguaje estético que refleja  nuestras raíces  y que le rinda homenaje a los procesos de independencia, para así conmemorar un siglo de la gesta emancipadora.  Aunque no me fue posible conocer la casa en su interior bien puedo imaginarla. Como en toda Iberoamérica, lo primero que se percibe es un largo y estrecho zaguán,  para descubrir finalmente un patio interior muy bello, con profusión de plantas y flores nativas, de diversos y alegres colores. A la derecha se encuentran dos o tres habitaciones y una inmensa sala, con muebles de influencia inglesa o francesa, un amplísimo sofá, generalmente tapizado en terciopelo de colores oscuros, como verde, azul plomo o vino tinto.  Dichas salas estaban adornadas con unos cuadros religiosos, y en ocasiones , santos de bulto sobre una mesa muy especial, que permitía reconocer cuáles eran las devociones  familiares. No podía faltar el espejo de marco dorado y cristal de roca que hacía que los habitantes de la casa se ufanaran de dicho elemento decorativo y hablaran con orgullo de la antigüedad y  la historia familiar que él encerraba.
 
Saliendo de nuevo al patio y a mano izquierda tenían el comedor, vestido con bandejas de porcelana inglesa, cristalería checa y una gran mesa de extensión donde llegaban a sentarse hasta 14 personas.
 
La cocina era amplia y en muchas ocasiones un poco oscura,  con una estufa y  horno de leña o carbón que guardaban un calor que a veces podían abrumar y hasta llegar a producir un bochorno poco soportable. Era el santuario de las mujeres: las mayores le indicaban a la cocinera cómo elaborar las viandas, mientras las jóvenes adolescentes se iniciaban en las artes coquinarias y empezaban así su entrenamiento hacia  el matrimonio.
 
 Estas residencias, entre austeras y, en ocasiones, atiborradas de objetos heredados y adquiridos a lo largo de varias décadas, contaban con  un segundo piso, menos adornado que el primero, puesto que allí  se quería reverenciar la intimidad y el silencio necesario para el recogimiento y las charlas sencillas de una familia del común. Allí se hallaba el baño familiar, los dormitorios  y un largo pasadizo que conducía a un entrepiso donde estaban los cuartos de la servidumbre. 
 
 Las  viviendas más amplias y de las familias  más pudientes contaban con una huerta, donde frecuentemente  se encontraban cebollas, zanahorias, hierbas aromáticas y curativas, algunas gallinas, árboles frutales y una pileta o aljibe para que no  faltara el agua. Es fácil imaginarse a Cortázar niño ocultándose en los confines de esa huerta casera. En el libro titulado “ Un tal Cortázar”, escrito por el colombiano Gustavo Arango, el mismo autor nos dice refiriéndose a  la infancia de Cortázar: Le gustaba meterse debajo de las matas de tomate o de maíz en el jardín de la casa para mirar durante horas los insectos y ver a las estrellas de noche.  Le gustaba también subirse al sauce del jardín de la casa.”[i] Esa  búsqueda también la abría la posibilidad de divisar desde algún árbol las casas aledañas mientras soñaba con realizar un viaje a un remoto país, donde pondría a prueba su valentía enfrentándose a alguna fiera salvaje. Al respecto el narrador escribe en  “Bestiario”, en el cuento que la el título al libro: “Casi siempre era el capataz el que avisaba de los movimientos del tigre; Luis le tenía la mayor confianza y como se pasaba casi todo el día trabajando en el estudio, no salía nunca ni dejaba moverse a los que venían del piso alto hasta que don Roberto mandaba su información. Pero también tenían que confiar entre ellos.  Rema, ocupada en los quehaceres de adentro, sabía bien lo que pasaba en la planta baja y arriba. Otras veces eran los chicos los que le traían la noticia al nene o a Luis. No porque vieran nada, pero si don Roberto los encontraba afuera les marcaba el paradero del tigre y ellos volvían a avisar. A Niño le creían todo, a Isabel menos porque era nueva y podía equivocarse.  Después, como andaba siempre con Nino pegado a sus polleras, terminaron creyéndole lo mismo.  Eso de mañana y de tarde; por la noche era el Nene quien salía a verificar si los perros estaban atados o si no había quedado rescoldo cerca de las casas. Isabel bien que llevaba revólver y a veces un bastón con un puño de plata.” Estamos frente a una extensa enumeración de cómo proteger a la familia del tigre, en una casa llena de lugares y pasadizos desconocidos. Sin embargo, más que acercar al lector a la descripción de una situación de peligro dentro de esa residencia, lo llevan a encontrarse con un mundo exótico, fantástico lleno de elementos que causan curiosidad y al mismo tiempo temor, como pueden ser hormigas, hojas de tréboles con formas diversas, que sugieren corazones entrelazados y otros elementos poco comunes en una zona urbana.  Es la re-creación de un universo que parece emerger de la mente infantil de su narrador; pero que, sin previo aviso, asume el dominio de la situación planteada y la transforma en una realidad. Mantener a un tigre como mascota resulta tan irreal como al mismo Cortazar le puede parecer improbable que exista una vida de privaciones  que él no conoce ni por referencia.
 
 Los espacios abiertos de esa casa respiran los misterios de una naturaleza que está descontrolada, como si la condición de época veraniega fuera suficiente motivo para  perder toda posibilidad de mesura y equilibrio. La seducción que ejercen sobre los niños los diversos insectos los enfrenta a un microcosmos que se transforma en toda la fuerza destructora del Universo, donde todo parece estar predestinado para un desenlace fatídico:“…las hormigas parecían furiosas y trabajaban hasta la noche, cavando y removiendo con mil órdenes y evoluciones, avisando frotar antenas y patas, repentinos arranques de furor o vehemencia…”Así pues, un mero juego, que parece inofensivo y hasta didáctico termina por ser una premonición incontrolable.
 
Los elementos que pueblan esos recintos se transforman para que toda la atención se centre en la casa que es, en verdad, una protagonista silenciosa. El entrepiso, que ocupa un lugar excepcional en el relato adquiere, a través de la descripción de una escalera misteriosa, una simbología que resume su relación imperceptible con el mundo fantástico y el infinito. El lector se sitúa frente a un espacio que  era utilizado como biblioteca y despacho del dueño de casa: sitio mágico ligado a los afectos más profundos de Cortázar: él, con sus ojos de niño, sabe que ese ese espacio es un nicho sagrado, donde la comunicación con el infinito es una constante que introduce a la infancia hacia la revelación de los secretos más antiguos y mejor guardados. El desafío de adentrarse en recintos prohibidos es el elemento sobre los que se sustenta la narración. Aunque es evidente que el autor recurre a sus vivencias infantiles, también es cierto que rompe con su pasado para proyectar una nueva realidad más allá de sus propias experiencias y hermana los espacios en un intento de llagar a lo infinito para fundir en un mismo momento toda las posibilidades de una supra-realidad que nace de lo más interno de nosotros mismos.

 





[i] Arango, Gustavo.- Un tal Cortázar.-Colección Mensajes No.4.- Facultad de Comunicación Social.- Universidad Pontificia Bolivariana, pág,21.- Medellín, Colombia.

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