miércoles, 9 de septiembre de 2015

Mariposas





 


Ya era tarde para pensar en qué iba a hacer de comida.  Miró en la alacena. Un pedazo de bocadillo, dos almojábanas, un pedazo de pan, dos galletas.  Dos galletas y una gaseosa.  Decían que esa no era buena comida para la piel; pero no tenía ganas de nada más.  El niño estaba dormido sobre el sofá. Ahora podría terminar el disfraz sin ningún problema.  Se asomó al balcón y sintió la brisa marina.  El cabello le olía a sal.  Era un poco húmedo el ambiente, pero valía la pena sentarse a soñar frente a esa luna ente gris y plateada que se reflejaba sobre la playa. Venían dos enamorados besándose. Era la niña vecina que siempre pasaba a estas horas.  Tan bonita ella;  el tipo medio bobote. Pero, nada. ¿Acaso a ella le importaba?  Volvió a mirar al niño en el sofá. Recordó el día en que enterró al padre. Hace más de dos años. Venían de una rumba, no vieron la alcantarilla, y Pedro se quebró la cabeza. No sufrió. Pero ella todavía lo lloraba.  El niño ya caminaba; el año entrante iría al kinder y ella, echando globos y el vestido sin bordar.  Miró el diseño. “Mariposas monarca” . Un fondo negro, luego las lentejuelas y canutillos de colores hasta llegar al oro profundo. Unas flores de raso se dibujaban en la ventana.  Alzó la vista. Los novios se despedían. Siguió en lo suyo. Con un lápiz y papel en mano fue dibujando el sendero por el que tendrían que venir las mariposas. Tres, cuatro, cinco... Seis eran demasiadas. Quedaría recargado. Mejor las hojitas color menta, unas chispitas lilas, una especie de lágrima.  Repasó el dibujo y permitió que Titina, la gatica de Samuel, su hijo, le indicara dónde quedaban mejor lo adornos...¡ En el suelo, según ella! Recogió con paciencia cada cuentica. Acomodó la tela.  El patrón, decía que tenía mucha finura en su trabajo y ella se esmeraba.  Ya le había hecho ganar mas de dos concursos de alta costura. Uno en Buenos Aires y otro en Caracas. Si seguía así, el año entrante podría acabar de pagar la nevera, comprar un equipo de sonido y hasta ahorrar un poco, para unas vacaciones.  Ella, que había nacido frente al mar, quería conocer el frío, las montañas.  Así es la cosa.  Los de acá, para allá y los de allá para acá. Uno nunca acababa ni de entenderse ni de entender a los demás. Cada puntada fina sólo podría verse con lupa.  Todo parecía que flotaba. Se frotó los ojos...Faltaban tres mariposas. Mariposas monarca.  En alguna parte había leído que volaban desde Alaska hasta la Patagonía...La Patagonía... Frío. Estrecho. Un mundo que no podía ni imaginar. Las alas de las mariposas.  Tan frágiles. Titina de un solo manotoncito las volvía polvo y seguía durmiendo, como si nada. Así sucedía todo en la vida la vida. Como  cuando lo de Pedro. Todos derecho por la calle y ella llorando como una loca. Y los demás circulando, circulando, circulando. El patrón. “Niña, Penélope siguió tejiendo, como si nada, como si Ulises no anduviera  por otras tierras con Calipso,  Circe. Ella “ No sé, quienes carajos serán esas dos; pero yo me llamo Candelaria y no Penélope. La única Penélope que yo conozco es la actriz, esa, la española, por la que se vuelven locos los hombres.” Y el patrón “Ay Cande, Ulises, el de Homero, bobita,”. “Homero, el de la tele, Homero Simpson”. “No, pendeja, Homero, el griego, el de “La Odisea”.  Bueno, Cande, aquí te traigo estos vestiditos negros, para que recibas a las visitas. Tus sabes, mis amigotas, las de las boutiques elegantes; que están impresionadísimas. Vendrán en estos días, y no vayan a decir que yo, Ariosto, soy un amarrete, no. Así que péinate y siéntate a esperar.  Eres la viuda, y por más que sea, Pedro, era tu marido; y hasta donde tu me has contado, se llevaban bien. Así era “bien.” Ella estaba enamorada de Pedro.  Por eso Samuel. No lo pusiera en duda.  Continuó con el bordado.  Ahora las lentejuelas eran color cobre, cobre... cobre.. . ¡ Carajo, Titina! ¿ Dónde diablos metistes las lentejuelas color cobre? Aquí están, tres, seis, el paquetico. Completas. A ver que dice el diseño... Bien. Bueno, ahora las vinotinto. Vinotinto. Color uva, color corozo. ¡ Tan pequeñas diferencias entre los colores!  El bolero.  Eso quería decir que el bobote ya se había ido y la niña estaba frente a la ventana, viendo como se perdía en la calle.  Efectivamente, estaba mirando mientras se acomodaba la blusa.  Y los amigos, en la esquina, listos para convidarlo donde las bandidas. Las del bar del Dandy.  ¿ Qué quería decir Dandy? El perro de Marcela, la de las empanadas, se llamaba Dandy. Ella decía que era un título nobiliario, porque un escritor que se llamaba Wilde,  y era muy elegante, le decían dandy. Eso le contó el poeta que vivía con el zapatero.  Maricas los dos. Sí, el zapatero, hasta amigos del patrón eran. Cuando vino el barco lleno de maricas, fueron los tres a recibirlo. Y se pasaron pensando en “los muchachos”todo el día. El patrón, que era el viajado, decía, que eso no causaba espanto en ninguna parte.  Así será.  Pero Pedro no la había dejado trabajar para el patrón y a ella le había tocado mandarle los bordados, al escondido, con Marcela, que como era mal hablada y pendenciera, no parecía amiga de los maricones. Pero ella, los había contactado a todos. Y el zapatero... menos, ese si que no. ¿ Será que ese olor a pegante, revuelto con pecueca los excita? No podía creerlo; pero así era.  Miró al niño. Dormía ajeno a todo. Se levantó, lo llevó a la cama y lo acomodó bien. Prendió el abanico. Volvió a su labor. Faltaban dos mariposas y tres botones de rosa; a ver... si tres hojitas y un poquito de brillo a los arreboles. Tan raro. Hasta ahora se había fijado que faltaban los arreboles. Sí. Si había espacio. Menos mal. Las diez y media. Ya había terminado la novela y ella ni había escuchado en qué había quedado. Y mañana... Bueno, ya se verá. Oyó el revolotear por toda la sala. Miró asombrada. Las flores del jarrón de plástico no estaban es su sitio, sino  que formaban coronas de guirnaldas adornando las ventanas.  La luna avanzaba  en mitad del cuarto. Alzó los brazos; mientras trataba de atrapar a las mariposas monarcas que estaban dando vueltas  por su casa.     


Claudia de la Espriella

Cartagena, octubre 2000






 

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