Mariposas
Ya era tarde para pensar en qué iba a hacer
de comida. Miró en la alacena. Un pedazo
de bocadillo, dos almojábanas, un pedazo de pan, dos galletas. Dos galletas y una gaseosa. Decían que esa no era buena comida para la
piel; pero no tenía ganas de nada más.
El niño estaba dormido sobre el sofá. Ahora podría terminar el disfraz
sin ningún problema. Se asomó al balcón
y sintió la brisa marina. El cabello le
olía a sal. Era un poco húmedo el
ambiente, pero valía la pena sentarse a soñar frente a esa luna ente gris y
plateada que se reflejaba sobre la playa. Venían dos enamorados besándose. Era
la niña vecina que siempre pasaba a estas horas. Tan bonita ella; el tipo medio bobote. Pero, nada. ¿Acaso a ella le importaba? Volvió a mirar al niño en el sofá. Recordó el
día en que enterró al padre. Hace más de dos años. Venían de una rumba, no
vieron la alcantarilla, y Pedro se quebró la cabeza. No sufrió. Pero ella
todavía lo lloraba. El niño ya caminaba;
el año entrante iría al kinder y ella, echando globos y el vestido sin
bordar. Miró el diseño. “Mariposas
monarca” . Un fondo negro, luego las lentejuelas y canutillos de colores hasta
llegar al oro profundo. Unas flores de raso se dibujaban en la ventana. Alzó la vista. Los novios se despedían.
Siguió en lo suyo. Con un lápiz y papel en mano fue dibujando el sendero por el
que tendrían que venir las mariposas. Tres, cuatro, cinco... Seis eran
demasiadas. Quedaría recargado. Mejor las hojitas color menta, unas chispitas
lilas, una especie de lágrima. Repasó el
dibujo y permitió que Titina, la gatica de Samuel, su hijo, le indicara dónde
quedaban mejor lo adornos...¡ En el suelo, según ella! Recogió con paciencia
cada cuentica. Acomodó la tela. El
patrón, decía que tenía mucha finura en su trabajo y ella se esmeraba. Ya le había hecho ganar mas de dos concursos
de alta costura. Uno en Buenos Aires y otro en Caracas. Si seguía así, el año
entrante podría acabar de pagar la nevera, comprar un equipo de sonido y hasta
ahorrar un poco, para unas vacaciones.
Ella, que había nacido frente al mar, quería conocer el frío, las
montañas. Así es la cosa. Los de acá, para allá y los de allá para acá.
Uno nunca acababa ni de entenderse ni de entender a los demás. Cada puntada
fina sólo podría verse con lupa. Todo
parecía que flotaba. Se frotó los ojos...Faltaban tres mariposas. Mariposas
monarca. En alguna parte había leído que
volaban desde Alaska hasta la Patagonía...La Patagonía... Frío. Estrecho. Un
mundo que no podía ni imaginar. Las alas de las mariposas. Tan frágiles. Titina de un solo manotoncito
las volvía polvo y seguía durmiendo, como si nada. Así sucedía todo en la vida
la vida. Como cuando lo de Pedro. Todos
derecho por la calle y ella llorando como una loca. Y los demás circulando,
circulando, circulando. El patrón. “Niña, Penélope siguió tejiendo, como si
nada, como si Ulises no anduviera por
otras tierras con Calipso, Circe. Ella “
No sé, quienes carajos serán esas dos; pero yo me llamo Candelaria y no Penélope.
La única Penélope que yo conozco es la actriz, esa, la española, por la que se
vuelven locos los hombres.” Y el patrón “Ay Cande, Ulises, el de Homero,
bobita,”. “Homero, el de la tele, Homero Simpson”. “No, pendeja, Homero, el
griego, el de “La Odisea”. Bueno, Cande,
aquí te traigo estos vestiditos negros, para que recibas a las visitas. Tus
sabes, mis amigotas, las de las boutiques elegantes; que están
impresionadísimas. Vendrán en estos días, y no vayan a decir que yo, Ariosto,
soy un amarrete, no. Así que péinate y siéntate a esperar. Eres la viuda, y por más que sea, Pedro, era
tu marido; y hasta donde tu me has contado, se llevaban bien. Así era “bien.”
Ella estaba enamorada de Pedro. Por eso
Samuel. No lo pusiera en duda. Continuó
con el bordado. Ahora las lentejuelas
eran color cobre, cobre... cobre.. . ¡ Carajo, Titina! ¿ Dónde diablos metistes
las lentejuelas color cobre? Aquí están, tres, seis, el paquetico. Completas. A
ver que dice el diseño... Bien. Bueno, ahora las vinotinto. Vinotinto. Color
uva, color corozo. ¡ Tan pequeñas diferencias entre los colores! El bolero.
Eso quería decir que el bobote ya se había ido y la niña estaba frente a
la ventana, viendo como se perdía en la calle.
Efectivamente, estaba mirando mientras se acomodaba la blusa. Y los amigos, en la esquina, listos para
convidarlo donde las bandidas. Las del bar del Dandy. ¿ Qué quería decir Dandy? El perro de
Marcela, la de las empanadas, se llamaba Dandy. Ella decía que era un título
nobiliario, porque un escritor que se llamaba Wilde, y era muy elegante, le decían dandy. Eso le
contó el poeta que vivía con el zapatero.
Maricas los dos. Sí, el zapatero, hasta amigos del patrón eran. Cuando
vino el barco lleno de maricas, fueron los tres a recibirlo. Y se pasaron
pensando en “los muchachos”todo el día. El patrón, que era el viajado, decía,
que eso no causaba espanto en ninguna parte.
Así será. Pero Pedro no la había
dejado trabajar para el patrón y a ella le había tocado mandarle los bordados,
al escondido, con Marcela, que como era mal hablada y pendenciera, no parecía
amiga de los maricones. Pero ella, los había contactado a todos. Y el
zapatero... menos, ese si que no. ¿ Será que ese olor a pegante, revuelto con
pecueca los excita? No podía creerlo; pero así era. Miró al niño. Dormía ajeno a todo. Se
levantó, lo llevó a la cama y lo acomodó bien. Prendió el abanico. Volvió a su
labor. Faltaban dos mariposas y tres botones de rosa; a ver... si tres hojitas
y un poquito de brillo a los arreboles. Tan raro. Hasta ahora se había fijado
que faltaban los arreboles. Sí. Si había espacio. Menos mal. Las diez y media.
Ya había terminado la novela y ella ni había escuchado en qué había quedado. Y
mañana... Bueno, ya se verá. Oyó el revolotear por toda la sala. Miró asombrada.
Las flores del jarrón de plástico no estaban es su sitio, sino que formaban coronas de guirnaldas adornando
las ventanas. La luna avanzaba en mitad del cuarto. Alzó los brazos;
mientras trataba de atrapar a las mariposas monarcas que estaban dando
vueltas por su casa.
Claudia de la Espriella
Cartagena, octubre 2000
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