sábado, 7 de mayo de 2016

El legado de Esther - Un homenaje a mi madre-


 
 
El   legado   de   Esther
 
Mi madre se llamaba Esther, había nacido en un hogar formado por un padre tolimense y una madre boyacense. Eran muy católicos y conservadores. Ella siempre fue muy religiosa y mi padre, un ser creyente pero poco afecto a los ritos de la iglesia, pues era hijo de masón y de familia liberal, siempre que podía la saboteaba. Cuando ella me quería llevarme a misa, el urdía un plan para sacarla de quicio: escondía el misal, me aleccionaba para que no llevara el rebozo, que entonces se usaba, con el único fin de que llegáramos tarde y perdiéramos la misa. Ella decía que  le había dado miedo de que él se arrepintiera de casarse por lo católico  y había llegado muy puntual a la iglesia para no darle la oportunidad de  salir corriendo. Sin embargo, a pesar de las constantes discusiones sobre asuntos de mi crianza religiosa, ella se mantuvo firme y diré que terminó logrando su objetivo de que yo fuera una católica convencida.
Era una mujer luchadora que había hecho cosas increíbles para entrar a estudiar Odontología a la Universidad Nacional  cuando eso no se usaba.  Fue de la segunda promoción de mujeres de estudiaron esa profesión  en esa universidad y se sentía muy orgullosa de eso. Cuando hablaba de esa experiencia lo hacía pausadamente, como siempre se expresaba,  pero con firmeza, con decisión, haciéndome ver que lo más importante era seguir fiel a los sueños y superarse. Siempre superarse. Nunca dejó de ejercer sus profesión, pues aunque  mi padre  a veces le decía que lo dejara, ella quería ser una mujer independiente, autónoma y jamás dejó que él interviniera en nada de lo que tenía que ver con ese aspecto. Así que ella, con una actitud firme pero sin estridencias ni discursos incendiarios, mantuvo su  vocación y fue fiel a sus ideales. Cuando yo era niña, para no descuidarme, tenía su consultorio en casa. Iba al colegio por mi y después regresaba a continuar atendiendo sus pacientes( era odontóloga infantil y así fue como sus pacientes también fueron mis amigos de infancia) .Entre paciente y paciente, me corregía las tareas y luego se dedicaba a dirigir su casa. Infatigable, serena, muy práctica era mi madre. Algo de eso quedó en mi bien grabado.
Por su herencia tolimense mi madre era muy aficionada a la música. Cantaba con voz excepcional voz de contralto y tocaba violín excelentemente ( mi prima mayor cuando la vio tocar, dijo: “la tía Esther toca guitarra con un palito”). Se había formado en el Conservatorio y había llegado incluso a ser Primer violín de la Sinfónica. Lo dejó para estudiar odontología, pero siempre que podía tocaba. Mi padre, jocosamente, decía que de novios ella era la que  le daba las serenatas a él ,con su violín encantado. Su afición a la música me la trasmitió a pesar de tener una costumbre muy extraña: lo insultaba a uno cantando y le echaba  indirectas a mi padre con canciones. Contaba, por ejemplo: “ Soy huerfanita, no tengo padre ni madre, ni un amigo que me pueda consolar.” Sobra decir que mi padre se moría  de la ira oyéndola  cantar en esos casos, porque ella, haciéndose la caída del zarzo, decía : “Yo solamente  estoy cantando”. Su cultura musical era muy amplia.
Adoraba aprender idiomas y debido a su buen oído, hablaba sin acento. Era muy buena para el inglés, hablaba francés y cuando yo fui a vivir el en Brasil, ella tenía como 70 años y aprendió a hablar portugués. Esa afición por los idiomas me la transmitió desde muy niña. Siempre me estaba llevando a clases de idiomas e incluso, en la casa, por momentos, me hablaba en otros idiomas.
No era muy buena cocinera mi madre, no le gustaba. Mi padre, como buen cartagenero era muy exigente  y entonces ella, para salir del paso, resolvió que era yo la que tenía que aprender y me mandó a la casa de mi abuelo paterno para que mi tía, la esposa del hermano mayor de mi padre, me enseñara. Así solucionó ella esa dificultad y me legó uno de los mayores deleites de mi vida: la cocina.
Era amante de los deportes y  por eso, me inscribió en clases de natación. Soy una excelente nadadora, me encanta, competí de niña y ella  se sentía muy orgullosa de eso.
Mi madre era un mujer sincera, directa, franca y con vocación para no ocultarme nada. Cuando llegué como a los 8 0 9 años , una amiga le dijo que cómo se le ocurría decirme como nacían los bebés y quitarme la “inocencia” y ella, suave, delicadamente le respondió: “Alita, eso no es inocencia es ignorancia”. Llegó a la casa sacó un cuaderno y con sus lecciones de anatomía  de la facultad de Odontología me explicó claramente y sin rodeos todo lo que tenía que decir sobre sexualidad y ginecología. Luego, al terminar, me dijo” Si quieres saber algo, me preguntas” y guardó el cuaderno. Cada vez que yo tenía algo que preguntar ella volvía al cuaderno. Crecí sin tapujos, viendo las cosas muy naturalmente, sin falsos moralismos y ella evitó así, que no me hubiera hecho un batiburrillo en la cabeza.
Creo que fui una de las últimas mujeres que tuve “Baúl de la Buena Esperanza”. Cada vez que iba de viaje a otro país, traía un mantel,  unas sábanas, unas toallas bordadas…” un gran legado  de feminidad que he mantenido hasta ahora.
Respecto al amor, me dijo: “Para saber si uno está enamorado de un hombre tiene que preguntarse  si además de gustarle físicamente, lo admira. Uno no puede ser feliz con un hombre al que no admira profundamente. Uno no puede casarse con un hombre que no considere muy inteligente.” Ella amaba de ese modo a mi padre.
Mi madre era una mujer muy generosa, muy tolerante, una mujer de espíritu muy bueno, siempre buscando ayudar a quien lo necesitara. Era una mujer sensible, aunque a veces parecía fría. Tenía una gran actitud de solidaridad y era muy generosa son su tiempo para con aquellos que necesitaran su consejo. Era servicial, entendía que su deber era dar lo mejor de si a una sociedad tan desigual como la nuestra. Por ejemplo, iba a las cárceles a  ejercer su profesión para aliviar el dolor humano.
Podría seguir diciendo miles de cosas sobre mi madre. Una mujer sencilla, inteligente, muy dedicada. Puedo recordar incluso, nuestras peleas entre madre e hija. Sin embargo, creo que mi madre me enseñó a ser yo misma y eso es su legado invaluable.

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