El reino de los cielos
te ha sido vedado.
La gula del poder
ha horadado
las luces de bondad
que nutrían tu savia.
otrora diáfanas,
has destruido templos
de níveo mármol.
de los hambreados,
tomaste de su vino
e infectaste sus viandas.
Rompiste sus violines
y sangraron sus manos,
mientras te ufanabas
de tus engaños.
desfilan por los ojos
de las sabias mujeres
enjugando sus lágrimas.
de los buenos augurios:
no hay fulgores dorados,
ni estrellas protectoras,
ni generosas lunas,
que entreguen un consuelo
para los pies cansados
de aquellos inocentes
que te dieron sus días
y cuidaron tu casa.
antes primaverales,
que se hicieron veranos
y luego con el frío
buscaron un refugio
en tus amplios dominios,
y tan sólo encontraron
alambrados de púas
y el puente del castillo
con el foso profundo
dispuesto a devorarnos.
vimos doblar cabezas,
vimos castrar palabras
vimos crecer cadenas,
vimos teñir olvidos,
vimos vestir harapos,
vimos rasgar entrañas.
rey de la indiferencia,
deglutías manjares,
perseguías doncellas,
secabas ríos y árboles
y luego repartías
sentencias de amargura,
espadas destructoras
de niños y ancianos,
y a lo lejos retumban
los montes lanzando carcajadas
y hablando de los cofres
que guardaban aquello
que te era preciado:
doblones de oro,
robados de los pobres,
para volver tu cueva
un nido de demonios
que todo lo compraba.
te ha sido vedado.
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