jueves, 15 de octubre de 2015


 
 
 
 
 
Vida de Gatos

III

Mateo

 
Cuando yo salía para el colegio, Mateo pegaba carrera y se iba para el garaje. Lo hacía por una razón fundamental: tenía que despedirse de mi, con todo el rigor tal como lo que indicaba el protocolo gatuno. En la puerta del garaje había una pequeña rendija que le permitía sacar su manita cuando yo saliera y moverla diciendo adiós. Todos los días lo mismo. Siempre puntual, siempre amable.
 
Mi padre fue en viaje de negocios a La Dorada. De regreso trajo una morrocoya a la que bautizamos como Dorotea. Era grande y debía  tener como unos 5 años, edad de la niñez en la vida de una morrocoya. Así que Mateo, era su contemporáneo. Se hicieron muy amigos, ella jugaba con él: sacaba la cabeza del  caparazón y él intentaba metérsela de nuevo. Un juego largo y entretenido que parecía les gustaba mucho a ambos. Luego ella se escondía totalmente y él se subía sobre ella y daban un largo paseo por el jardín. Cansados de jugar. Dormían los dos largamente en medio de los rosales que mi mamá cuidaba amorosamente. Pero  resolvieron jugar con las hojas de un  pequeño rosal de rosas rojas. Era endeble y lograron acabarlo. Él arrancaba las hojas y con mucho cariño se las brindaba a ella para que se las comiera. Feliz amistad, que duró mucho tiempo. Mateo se iba para la cocina por una ventana que había y que permanecía abierta. Entraba , tomaba su almuerzo y volvía a salir. Un tiempo después exigió que le pusieran su cuenquita de agua en el jardín para que ambos pudieran calmar la sed. Eran muy dichosos juntos…
 
Los vecinos trajeron un gatito mono que bautizaron como Max. Se hicieron amigos rápido, poco después de la primera pelea. Saltaban la barda de sus respectivas casas y se ponían a conversar en un gatuno muy fluido y muy animadamente…La historia es larga…habrá que esperar unos días para saber qué más pasó con este grupo de amigos tan diverso.

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