sábado, 10 de octubre de 2015

Vida de Gatos- La Hora de Dormir-Mateo


 


 
 
 
Vida   de   Gatos

II

 La  Hora de Dormir

Mateo


Como les dije Mateo mostró que era intrépido desde su llegada. Pero también era un bebé y necesita ser acunado. Se metió en mi cama con toda la confianza que tienen los gatos, siempre  seguros de que en  la casa donde viven todo les pertenece desde el momento en que cruzan la puerta. Para ellos,  hasta el último rincón es totalmente de su propiedad y que por lo tanto, nunca, jamás tienen que anunciarse y mucho menos están obligados a tocar la puerta antes de entrar a cualquier habitación. Entran sin mayor protocolo y por supuesto, caminan mandando: escogen con determinación y según su buen juicio, el sitio más cómodo y proceden a ordenar  que los sirvas  y debes obedecer si chistar. Mateo fue absolutamente fiel a los decretos felinos que establecen que los gatos no deben hacer nada que no les guste, pero que los humanos estamos eternamente sometidos a hacer lo que ellos indican , rápidamente y de manera perfecta para las apetencias del rey de la casa. Se arrunchó y empezó a ronronear lleno de satisfacción y con la certeza de que era el gato más feliz sobre la faz de la tierra.
 
Durmió tranquilo, sabiendo que alguien estaba vigilando que lo pasara muy bien y que lo protegía  con cariño. Era una experiencia nueva para mí. Siempre había sido mimada y consentida por mis padres y ahora, de repente, este pequeño ser peludo, gris y con unos verdes inmensos y luminosos  demandaba mi cuidado y había que hacer un curso acelerado para conseguir que fuera un gati feliz y que no sufriera ningún daño. Su confianza en mí era infinita. Sus ojos me miraban con la tranquilidad que le producía  el saber que había encontrado un espacio en mi corazón que por eternamente le pertenecería. Me quedaba muy quieta esperando que  él se acomodara a su antojo y  así permanecía largas horas temerosa perturbar su sueño. Mientras, Mateo se movía constantemente, me pateaba, me empujaba con sus piernitas y sus manos, refunfuñaba si yo lo movía sin querer y, luego, se estiraba hasta el doble o el triple de  su tamaño  para apropiarse con toda autoridad de las tres  cuartas partes de la  cama y dejarme a mi en el confín más frío  e incómodo de la misma. Luego, cuando había logrado su propósito, decidía salir, ir a tomar agua, a correr un rato por la sala, ir a la cocina por comida o simplemente buscaba otro lugar donde reclinarse. Cuando calculaba que yo ya estaba a punto de dormirme de nuevo, entraba como una tromba, empujaba todo lo que podía, ordenaba con maullidos muy firmes dónde debía quedarme yo y finalmente se quedaba dormido. Eso lo repetía unas dos o tres veces más en la noche, sin importarle en lo más mínimo que yo perdiera mis horas de sueño. Total, no era posible que me quejara, cuando él me estaba haciendo el honor de brindarme su compañía. Además, no lograba entender mi preocupación, pues para él si no había dormido suficientemente en la noche, quedaba el día completo para hacerlo. Así que cuál era mi reclamo? Siempre uno puede dormir calientito y feliz si nos lo proponemos. Basta conocer a un gato para saberlo.
 

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