Vida de Gatos
II
La Hora de Dormir
Mateo
Como les dije Mateo mostró que era intrépido desde su
llegada. Pero también era un bebé y necesita ser acunado. Se metió en mi cama
con toda la confianza que tienen los gatos, siempre seguros de que en la casa donde viven todo les pertenece desde
el momento en que cruzan la puerta. Para ellos, hasta el último rincón es totalmente de su
propiedad y que por lo tanto, nunca, jamás tienen que anunciarse y mucho menos
están obligados a tocar la puerta antes de entrar a cualquier habitación. Entran
sin mayor protocolo y por supuesto, caminan mandando: escogen con determinación
y según su buen juicio, el sitio más cómodo y proceden a ordenar que los sirvas
y debes obedecer si chistar. Mateo fue absolutamente fiel a los decretos
felinos que establecen que los gatos no deben hacer nada que no les guste, pero
que los humanos estamos eternamente sometidos a hacer lo que ellos indican , rápidamente
y de manera perfecta para las apetencias del rey de la casa. Se arrunchó y empezó
a ronronear lleno de satisfacción y con la certeza de que era el gato más feliz
sobre la faz de la tierra.
Durmió tranquilo, sabiendo que alguien estaba vigilando que
lo pasara muy bien y que lo protegía con
cariño. Era una experiencia nueva para mí. Siempre había sido mimada y
consentida por mis padres y ahora, de repente, este pequeño ser peludo, gris y
con unos verdes inmensos y luminosos demandaba mi cuidado y había que hacer un
curso acelerado para conseguir que fuera un gati feliz y que no sufriera ningún
daño. Su confianza en mí era infinita. Sus ojos me miraban con la tranquilidad
que le producía el saber que había encontrado
un espacio en mi corazón que por eternamente le pertenecería. Me quedaba muy
quieta esperando que él se acomodara a
su antojo y así permanecía largas horas
temerosa perturbar su sueño. Mientras, Mateo se movía constantemente, me
pateaba, me empujaba con sus piernitas y sus manos, refunfuñaba si yo lo movía
sin querer y, luego, se estiraba hasta el doble o el triple de su tamaño
para apropiarse con toda autoridad de las tres cuartas partes de la cama y dejarme a mi en el confín más
frío e incómodo de la misma. Luego,
cuando había logrado su propósito, decidía salir, ir a tomar agua, a correr un
rato por la sala, ir a la cocina por comida o simplemente buscaba otro lugar
donde reclinarse. Cuando calculaba que yo ya estaba a punto de dormirme de
nuevo, entraba como una tromba, empujaba todo lo que podía, ordenaba con
maullidos muy firmes dónde debía quedarme yo y finalmente se quedaba dormido. Eso
lo repetía unas dos o tres veces más en la noche, sin importarle en lo más
mínimo que yo perdiera mis horas de sueño. Total, no era posible que me quejara,
cuando él me estaba haciendo el honor de brindarme su compañía. Además, no
lograba entender mi preocupación, pues para él si no había dormido suficientemente
en la noche, quedaba el día completo para hacerlo. Así que cuál era mi reclamo?
Siempre uno puede dormir calientito y feliz si nos lo proponemos. Basta conocer
a un gato para saberlo.
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