martes, 24 de noviembre de 2015

Ramiro de la Espriella - Sara Marcela Bozzi

 
 
Ramiro de la Espriella en 1995- Visitando el diario Asahi Shimbur en Tokio
 
Don Ramiro
 
Lo conocí a través de su hija Claudia, hace más de treinta años. Recuerdo que le pedí a ella que me sirviera de puente para hablar con su padre y pedirle que me hiciera el prólogo al primer libro que escribí en mi vida: era un libro sobre los cien años del diario El Espectador.
 
Cada vez que venía a Cartagena, en la década del 80, se armaba a su alrededor una jocosa tertulia, donde casi siempre se hablaba de política, literatura y periodismo de calidad. Yo le decía a Claudia que su padre se me parecía al detective, Monsieur Poirot, personaje central de las obras de Agatha Christy, que siempre descubría los entuertos de los que actuaban contra la ley.
 
Ramiro era abogado por la prestigiosa Universidad Externado de Colombia, y sirvió durante casi cincuenta años a El Espectador. Fue corresponsal del periódico en París y fue por muchos años editorialista del diario. Era el clásico “cartacachaco”, fue diputado por el departamento de Bolívar y representante a la Cámara por la circunscripción de Cundinamarca.
 
Igualmente, era un experto en Turismo. Cuando integró la planta de columnistas de este diario, clamaba porque los tenderetes de la Avenida San Martín, de Bocagrande, desaparecieran, porque las basuras no destruyeran el paisaje de las playas y porque los vendedores ambulantes fuesen ubicados en un sitio digno.
 
Ramiro de la Espriella fue aspirante a la constituyente y ejerció desde su tribuna en los periódicos una gran influencia sobre el pensamiento de los políticos en el poder, algunos de los cuales lo respetaban, mientras otros le temían. Sobre nuestra profesión decía: “Considero que la misión del periodista es siempre la misma: y en todos los casos, no importa si se enfrenta a una crisis o a la normalidad de los hechos.”
 
Asimismo, Don Ramiro, valiente e independiente, consideraba que el periodista debía asumir una actitud transparente basado en múltiples fuentes. Es así como aun la alabanza lleva dentro los gérmenes del sentido crítico.
 
Pero como el periodista “se encuentra siempre en el centro de la contienda, termina siendo él mismo un objeto visible y ajusticiable por parte de la sociedad, de cuyo juzgamiento no puede escapar”.

 
Mejor dicho, si algo nos enseñó el ilustre Ramiro de la Espriella, fue que el periodismo es una actividad fascinante, pero al mismo tiempo, una profesión más peligrosa que la de un capitán de vuelo.
Hasta pronto, Don Ramiro, maestro de maestros. Paz en su tumba.
*Directora Unicarta

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