Don Rami
Elegía a Don Ramiro
Para mi padre Ramiro de
la Espriella
Cualquier día
aparece
una lluvia pertinaz,
insensata,
obstinada,
maléfica.
Se cuela por los rincones,
devora la alegría,
la envuelve arteramente,
la destruye,
se apodera
de lo más recóndito
de un espíritu
y luego se marcha,
riendo
de su proeza.
Don Ramiro,
el niño Rami,
fuma pipa,
lee a Camus
y parrandea.
El mar inmenso
le llena la mirada.
Y se ríe de mí
por ser su inglesa.
Le recuerdo:
Inglaterra es una isla
y, por lo tanto, padre
yo también soy costeña.
La risa le brota
con más fuerza.
Se detiene en mis ojos
y me proclama “inteligente”.
Amor de padre,
de días de desvelos,
de gotas de rocío acunando
mis sueños.
Amor de amar
de veras
y de mil maneras.
Amor de enseñar
a no claudicar,
(aunque me llamen Claudia,
y algunos me vean débil),
porque es esencial
ser directa y frentera.
Amor a la lira
y a la entrega
sin miedos.
Padre de todas las formas
posibles y diversas.
De lazos sempiternos :
guía,
cómplice,
derrotero,
faro azul
en la distancia,
entre los dedos de
la mano
que entrecruzan anhelos.
Padre de infinidades
de consejos.
De palabras y sentencias.
De aforismos leales,
donde la dignidad
es lo primero.
Padre de llantos,
de pañuelo secando
los pueriles embates
de una niña
a quien le destrozaron la muñeca.
De noches de luceros,
donde saltan felices
las caricias tibias,
las caricias pequeñas.
Padre mesurado
entre consentidor
y exigente:
palabras hechas
de tesón,
generosidad,
respeto.
Padre de caminatas
en la playa
y de buenos momentos
en la mesa.
Padre felino él:
libertario,
irreverente,
bigotudo,
oteando el porvenir,
regalando esperanzas
y enterezas.
Padre de navidades
desbordando sorpresas.
Padre de mayo
lleno de perfumes,
cumpleaños, matrimonios,
estío rutilante
y flanes con ciruelas.
Padre de sentarme
en su regazo
para hablarme
de aquellos asturianos viejos.
Padre
bailando torpemente
y cantando
con voz estridente.
Padre de la honradez,
hecha persona
y de los gestos carentes
de egoísmos
para conmigo, sus amigos,
mi madre adoradora
de su estirpe,
de noble espíritu,
de discreción y entrega.
Padre,
vivaz para la vida
y , como los robles,
enhiesto en la muerte.
En este texto lírico discurre un dulce tono elegíaco; y es una bellísima radiografía poética, o un retrato físico y moral de Don Ramiro. La pintura de su alma y los trazos fisonómicos y de personalidad construyen un símbolo acabado del personaje, que funge como dichoso motivo de inspiración y pre-texto que sublima la creación. Es un canto de amor filial, muy prolijo en emociones henchidas de nostalgias y la tierna tristeza ante la muerte del padre. Felicitaciones, Claudia.
ResponderEliminarMil gracias por tus amables palabras que, viniendo de un conocedor profundo de la lírica me parecen muy importantes.
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