Dilma
Dilma se sobrepone
Les he contado de Dilma, la gatita amarilla de mi padre. Es
tímida y un poco asustadiza, un tanto desconfiada, pero en su mirada se adivina
que es tierna, amorosa y muy sensible. Le cuesta mucho trabajo acercarse,
mostrar sus emociones y aunque no es para nada agresiva su temperamento podría
confundirse con el de alguien poco amable. Es sólo su apariencia
porque en realidad requiere mucho ser mimada.
Cuando mi padre estuvo en su lecho de muerte, estuve muy
preocupada por ella y su salud tanto anímica como física. Le hablé con dulzura,
con cariño, con palabras sencillas, directas y claras. La senté en mi regazo y
le dije: “ Tu abuelito, Dilma, mi niña bella, se ha marchado. Está en el cielo
de los gatos”. Me miró con sus ojos inmensos y supe, por la intensidad de sus
mirada, que entendía muy bien lo que le decía. La abrace con fuerza y amor al
mismo tiempo y la deje que se alejara. Lloré por ella, pues tan mimada como es,
sabía que en estos momentos se sentía desolada. La vi sentarse pensativa en el
sillón que con él compartía y allí , poco a poco, se quedó dormida. La cubrí
con una manta mientras mi llanto no cesaba.
Unos días después la vi sentada en la ventana como
buscándolo. Luego entró en cuarto cuando vio que yo, con una gran amiga
mía, sacaba su ropa y ella se la llevaba para donarla a un ancianato.
Indagaba, indagaba e indagaba, recorría
una y otra vez el cuarto y no dejaba de
sentirse muy incómoda por lo que acontecía frente a ella y que no podía impedir que
pasara. Esa noche la pasó llorando y de tanto en tanto, aruñaba la puerta,
buscándolo. Fue una noche muy dura, llena de interrogantes tanto para ella como
para mi, que no dejaba de tratar de clamarla, mientras la gatita insistía en
entender lo qué pasaba. A las cuatro de la mañana se cansó y durmió como si
nada. Yo me quedé llorando hasta que casi amaneció y pude descansar tan sólo un rato.
Los días siguientes fueron de duras soledades. Se refugiaba
donde parece que el aroma de la
colonia Jean- Marie Farina, que usaba mi padre, había quedado. Allí se sentía, creo yo,
acompañada. Estaba con los ojos tristes,
la mirada interrogante y la carita compungida buscando y buscando.
Pero Jolie, su compañera de juegos, desde que él se vino a vivir conmigo, la animaba acercándola a sus juguetes más preciados. Le
brincaba en frente y le tomaba la
cola en constante invitación a animarse. Dilma le agradecía y , acudía a
la gentil invitación, poco animada pero deseosa de superar el mal momento y seguir los buenos consejos de su hermana.
Un día cualquiera, sin previo aviso, resolvió que había
llegado el instante de irse integrando. Se sentó a mi lado, frotó su frente
contra mi pecho y la acarició muy lentamente, con gentileza y con cuidado. Así,
todos los días, ha venido dando un nuevo paso. Se sube a mi cama, se sienta a
mirarme, me saluda por la mañana. Nos estamos acostumbrando a acompañarnos y
ahora ella, Dilma, está encargada de ayudarme a sentirme mejor y a salir
de mi tristeza a su lado.
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