Con el Doctor Rodrigo Noguera Calderón cuando la Universidad Sergio Arboleda lo condecoró
por sus 90 años.
PALABRAS DE CARLOS RODADO NORIEGA EN EL
SEPELIO DE RAMIRO DE LA ESPRIELLA.
Bogotá, octubre 31 de 2015
Apreciada Claudia, demás familiares y queridos amigos:
Estamos aquí acompañando los restos mortales de un hombre
de bien. Sentimos dolor por su partida, pero la Providencia nos recompensa con
la satisfacción que nos produce contemplar el legado de una vida larga y
fecunda. Fueron 94 años bien vividos, dando lo mejor de sí para su familia,
para sus amigos y para la sociedad a la que le sirvió sin claudicaciones.
Estaba convencido de que una vida improductiva
es una muerte prematura, por eso utilizó el tiempo de la manera más
eficiente. Su periplo vital le alcanzó para desempeñarse en múltiples
disciplinas, todas relacionadas con actividades del intelecto: periodista,
historiador, político y profesor universitario. Se destacó en todas ellas y en
todas dejó plasmada la impronta de su personalidad con sus dos rasgos
distintivos: honradez y entereza.
Ramiro nació en el barrio de Manga de la ciudad de
Cartagena, en el hogar que formaron don Juan Antonio y Tomasita, dos personas
virtuosas que le inculcaron principios y valores que jamás negociaría. Cursó
sus estudios de bachillerato en el Colegio de la Esperanza de esa ciudad y
luego se graduó de abogado en el Externado de Colombia. Su tesis se tituló : “El derecho de huelga en
Colombia”, tema que dejaba ver cómo iban a ser sus ideas políticas en los años
venideros. Eran los tiempos de la violencia partidista y las circunstancias no
eran las más propicias para que un hombre de sus convicciones permaneciera en
el país. Pero la fortuna le sonrió al hacerse merecedor de una beca que le
permitió viajar a Europa a especializarse, primero en el Instituto de
Administración Pública de París en Ciencias Políticas, y luego en la London
School of Economics en esa misma disciplina. Mientras cursaba sus estudios en
París fue también corresponsal de El Espectador, cargo que heredó Gabriel
García Márquez cuando Ramiro viajó a Londres. Durante su estadía en el Viejo
Continente contó siempre con la compañía y el apoyo de Esther, su amantísima
esposa.
Como es dable suponer, con esa formación académica, el
joven cartagenero podía desenvolverse con lujo de competencia en el mundo de la
política o en el campo puramente intelectual. En 1958 aspiró a una curul en la
Cámara de Representantes por el Partido Liberal, pero el bolígrafo implacable
que funcionaba en esos tiempos le truncó esa posibilidad y lo colocó en la
lista de aspirantes a la Asamblea Departamental de Bolívar. Acciones de esta
naturaleza, tan usuales en la política colombiana, exacerbaron su rebeldía
contra el régimen del Frente Nacional y, en compañía de Alvaro Uribe Rueda,
Felipe Salazar Santos e Indalecio Liévano, entre otros, fundaron el MRL, un
partido de abierta oposición a la alternación presidencial y a la repartición
de los cargos públicos únicamente entre los dos partidos tradicionales.
Consideraban esos líderes que ese sistema era abiertamente antidemocrático y
perjudicial a los intereses del país.
Fue electo congresista durante varios períodos por el
partido del cual él había sido fundador. Pero no dejaba de escribir sobre temas
relacionados con la ciencia política y los grandes desafíos que afrontaba la
nación. Su sensibilidad social lo llevaba a clamar por una distribución más
equitativa de las oportunidades, el ingreso y la riqueza. Fue de los primeros
en advertir que en el territorio colombiano convivían dos países: uno, que él
denominaba metropolitano, formado por las tres ciudades más populosas del país
y su área de influencia y, otro, el de la periferia paupéririma conformada por
las costas atlántica y pacífica y los territorios nacionales limítrofes con
naciones vecinas. Nuestras fronteras y nuestros mares –decía- han sido alejados
de los centros de decisión política y económica de la Nación.
Esa exclusión aberrante inflamaba su espíritu caribeño
y reclamaba un cambio político que le abriera oportunidades a las regiones
excluídas de los bienes a los que tenían derecho como integrantes de una
sociedad democrática. Yo me identificaba con esas ideas que propugnaban por un
desarrollo regional más equilibrado y empecé a admirar a Ramiro de la
Espriella. Pero mi simpatía iba mucho más allá de esa coincidencia conceptual:
valoraba al hombre de una cultura ecuménica, al intelectual de mente brillante,
al ciudadano de conducta intachable, al cristiano racional que se ceñía a los
dictámenes de su fuero interno, sin permitir jamás que se presentara
inconsitencia entre su proceder y su
conciencia. Precisamente por eso abandonó la actividad partidista, pero sin
dejar de opinar sobre los asuntos de interés público a través de sus escritos
en la prensa nacional o de su cátedra que fue, durante los últimos veinte años,
la tribuna que utilizó para divulgar su ideas.
Se desempeñó como catedrático
de la Escuela Superior de Guerra, de la Universidad Javeriana y de la
Universidad Sergio Arboleda, donde dirigió la Revista "Crónica
Universitaria" desde 1999 hasta el día de su fallecimiento. Y el tiempo le
alcanzó para publicar varios libros que son su legado más valioso. Entre ellos
vale la pena mencionar: "Ideas Políticas de Bolívar", "Conciencia
Subversiva", "La Baraja Incompleta", "Orígenes de Nuestras
Instituciones Políticas" y “La Palabra Encadenada". Este último es
una selección de artículos publicados en los diarios “La República” y “El Nuevo
Siglo” que compendian su pensamiento político.
Mi amistad con Ramiro se fortaleció cuando don
Guillermo Cano, mártir y prócer de la moral en Colombia, me invitó en 1982 a
que integrara el equipo de columnistas de ese diario, con el que Ramiro tenía
una larga vinculación y era en ese momento editorialista y miembro del Consejo
de Redacción.
En 1987, el escritor y periodista tuvo la gentileza de
prologar un libro de mi autoría, titulado “El Alegato de la Costa”, una serie
de artículos publicados durantre cinco años en El Espectador defendiendo los
intereses de la Región Caribe. Posteriormente, cuando fui elegido Gobernador
del Departamento del Atlántico, Ramiro de la Espriella y Neyla Carbonell fueron
los dos testigos en el acto de mi posesión. Esa ceremonia simbólica tenía para
mi una enorme significación, porque era el compromiso solemne que hacía ante la
ciudadanía atlanticense de que cumpliría lo que había prometido como candidato. Yo quería que las dos
personas que avalaran mi juramento fueran personas reconocidas por su carácter
y su honradez.
Conversar con Ramiro era asistir a una cátedra de
sabiduría donde uno no sabía que admirar más, si la agudeza de su ingenio, su
memoria prodigiosa o el valor civil para criticar con firmeza lo que no
considerara correcto. Rehusaba los homenajes y el protagonismo jactancioso. Una
muestra de ese desdén la pudieron observar centenares de personas en el acto de
homenaje a Gabriel García Márquez organizado por la Academia Española de la
Lengua en la ciudad de Cartagena. Cuando el nobel descubrió a Ramiro entre los
asistentes lo invitó a que subiera al escenario, pero tuvieron que obligarlo
para que subiera al estrado donde se encontraban prestigiosas personalidades. Y
estando ya arriba, Gabo le dijo: ven que te quiero presentar al Rey. Ramiro, con
su habitual irreverencia, le contestó: “no seas sapo, yo no quiero saludar al
Rey”. Así era Ramiro de la Espriella, genio y figura hasta la sepultura.
Querido maestro y amigo: ha finalizado la fase
terrenal de tu existencia y comienza ahora tu marcha ascendente hacia la
eternidad. Dejas un legado que será perdurable. Como tu dijiste, refiriéndote a
Núñez, estás vivo entre nosotros. El tuyo, desde la fecundidad de la muerte, es
un silencio que nos habla. Maestro, descansa en paz.
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